España se suma al conjunto de la UE, que en julio registró tasas negativas de inflación interanual. El IPC retrocedió un 0,9% respecto a junio, al tiempo que recortó cuatro décimas su tasa interanual, hasta el -0,3%. Si bien a priori un descenso en los precios es un alivio para los bolsillos, el indicador no es sino un termómetro que refleja que la economía crece más lento de lo que se espera. La caída del IPC responde a la atonía de la demanda interna. No tira el consumo no por lo que cuestan las cosas, sino porque la salida de la crisis se ve lejos y el paro desanima a gastar. Ante este escenario, el Gobierno no debe relajarse. Ha bajado los impuestos, pero debe ahondar en su programa de reformas para dotar de solidez a la incipiente recuperación.