El bono español a diez años ya ofrece un interés menor que el de catorce países del G-20, entre otros EEUU y Reino Unido. Eso significa que nos resulta mucho más barato financiarnos. Todavía tenemos la ventaja de que ofrecemos mejor rentabilidad que los países centroeuropeos, como Francia y Alemania. Además, también tenemos menor riesgo de impago -prácticamente cero- que otros vecinos periféricos, como es el caso de Grecia. Esta situación de bajos tipos se prolongará durante unos meses, tal como ha anunciado Mario Draghi. Pero como todo en economía, hasta las buenas noticias tienen su parte negativa.
El efecto de la bajada de tipos sobre la actividad económica llega en un momento en que se neutraliza. Por ejemplo, ya no bajará más el euríbor sobre el que se fijan las hipotecas. Tampoco va a disminuir sensiblemente la factura de los intereses de la deuda. El verdadero problema es que la deuda sigue creciendo, pese a que la financiación es más barata.
El Gobierno estima que en 2016 la deuda pública española se situará en el 101,5% del PIB y tendremos todavía un déficit del 2,8%. Para esas fechas, los tipos de interés empezarán a subir y así lo reconoce el Ejecutivo, que prevé que los intereses de la deuda -3,7% del PIB- crecerán dos décimas sobre 2014. En estas circunstancias es una temeridad fiar a la recuperación la reducción de nuestros desequilibrios presupuestarios. La política monetaria del BCE ha de acompasarse a una adecuada actuación fiscal, por la parte de los ingresos y también de los gastos. El objetivo debe ser tumbar las previsiones y empezar a reducir deuda antes de lo previsto, salvo que queramos permanecer atrapados en este bucle.