
Las medidas de Draghi y Rajoy van en buena dirección, pero no tendrán un efecto inmediato.
Va a ser difícil encontrar una semana con más focos informativos que la actual: desde la abdicación del Rey a la coronación de Brufau como el monarca con poder absoluto en Repsol; de las medidas no convencionales de Draghi para impulsar la economía europea a las de Rajoy para acelerar el crecimiento español.
El Gobierno jura y perjura que su plan nada tiene que ver con el batacazo electoral. "Al contrario, lo teníamos preparado un mes antes de los comicios, pero no lo anunciamos para evitar que nos acusaran de populismo". Sea como fuere, hay que reconocer que es un plan imaginativo, que trata de aprovechar al máximo la multitud de fondos, incentivos fiscales y créditos blandos que otorgan organismos de todo tipo, en lugar de exprimir al contribuyente con gasto público, como es la costumbre, y eso siempre es de agradecer.
El plan movilizará en el próximo año unos 11.000 millones, equivalente al 1 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), para promover el crédito y, por ende, la actividad económica. Contiene medidas creadoras de empleo, aunque sea temporal, como los mil millones destinados a depuradoras, que recuerdan mucho al malogrado plan E de Zapatero. Pero en esta ocasión, el dinero procederá de las concesiones a las empresas encargadas de explotar los suministros públicos de agua, con el objetivo de cumplir con la directiva europea sobre medio ambiente. También recoge alrededor de 1.600 millones para la reindustrialización, de los que casi la mitad son para renovar el vetusto parque de automóviles, vehículos comerciales, camiones y autobuses. Un sector estratégico, creador de 6.000 empleos en los últimos meses, que sitúa a España como el segundo productor europeo, sólo por detrás de Alemania, pese a que no queda ni una marca propia.
La pregunta que flota en el ambiente es si la acción combinada de Draghi y Rajoy, evaluada en 73.000 millones, animará a los bancos, por fin, a prestar sin restricciones. Del plan español, 4.400 millones son avales para estimular el crédito y otros 3.500 millones se reparten entre incentivos fiscales y alguna ayuda directa. Todo este esfuerzo del Estado destinado a cubrir el riesgo bancario, principalmente a través del ICO, es una prueba de la renuencia de las entidades a dar préstamos.
Aún es pronto para cantar victoria en esta materia, porque la inyección monetaria para la banca, anunciada esta semana por Draghi, irá prioritariamente a limpiar sus balances antes que a prestar a las pymes. Es verdad que unas entidades sanas están en mejores condiciones de abrir las compuertas del crédito que unas enfermas, como ocurría hasta ahora.
Una vez más se nota que los problemas de los bancos alemanes (Deutsche Bank anunció la mayor ampliación de su historia) y franceses inquietan más que la carestía del crédito del sur de Europa.
Los planes de Draghi y Rajoy van en la buena dirección, como diría el presidente español, pero son insuficientes para dar el impulso definitivo. Por eso, el BCE dejó la puerta abierta a una segunda ronda y el Gobierno cocina un reforma fiscal, que adelantará a 2015 el grueso de la bajada de impuestos y estará lista en las próximas semanas.
Draghi y Rajoy me recuerdan a la Armada Invencible, proyectada por Felipe II para destronar a la reina Isabel I de Inglaterra. El ataque contra los británicos fracasó en 1588. "Envié a mis barcos a luchar contra los hombres, no contra los elementos", se lamentó después el monarca. Pero la guerra concluyó con el Tratado de Londres favorable a España firmado en 1604, tras 16 años de lucha. En esta ocasión, los plazos serán más cortos, habrá que esperar un año para recoger los frutos.
"La amarga victoria" de las europeas, en palabras de Arias Cañete, puso las pilas al Gobierno. Las nuevas medidas surtirán su efecto pleno en 2015 para las elecciones municipales, autonómicas y generales. Ya se sabe que es mejor prevenir que curar.
La renuncia del Rey Juan Carlos es aplaudida desde todos los estamentos, como mostró la cerrada ovación que le regaló el público de Las Ventas, como si fuera un auténtico torero. La dimisión del líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba; la abdicación del Monarca o antes la del mismo Papa es el signo de los nuevos tiempos, inmisericordes con los errores de sus dirigentes terrenales. La posible imputación de la infanta Cristina, que en adelante ya no formará parte de la familia real, hubiera dejado en mal lugar la reputación del monarca, tras un largo y próspero reinado, en el que los aciertos son muchísimo mayores que los fracasos.
Rajoy mostró el mismo sentido de Estado que Don Juan Carlos o Rubalcaba al negarse a ceder a las presiones de Pemex para repartirse Repsol, en vísperas de la visita del líder mexicano. Otro signo de fortaleza y estabilidad para la economía española.
Vivimos tiempos tan convulsos como apasionantes, pero el balance de la semana es muy positivo, como se refleja en los mercados, que lo festejan con máximos desde 2011.