Ser la mayor economía y el país más poblado de la UE permite a Angela Merkel controlar las reglas del juego. Con este poder aplica a los demás unas recetas que no las quiere para sí. La política del doble rasero para los Estados miembros ha tenido consecuencias muy negativas para la Eurozona.
Antes de la crisis, Alemania y Francia sobrepasaron el 3% de déficit presupuestario. Ambos se libraron de las sanciones de Bruselas por su influencia sobre las instituciones comunitarias. Un mal ejemplo que se tradujo en una relajación del conjunto cuyas consecuencias aun padecemos.
Algo parecido sucedió con el tratamiento dado al sector financiero alemán que se vio muy afectado por las subprime. Hay que reconocer que Berlín actuó rápidamente para cimentar el sistema con importantes ayudas. Sin embargo, mantuvo a salvo de la vigilancia de la autoridad Bancaria Europea (EBA) y del BCE un sistema de cajas, que es un secreto a voces que hace aguas.
No son las únicas que tienen problemas. Ayer Deutsche Bank, el primer banco de Alemania, anunció una ampliación de capital de 8.000 millones, que convierte en accionista de referencia al fondo de Qatar, presente ya en otras importantes entidades europeas. Es la tercera ampliación de esta entidad desde 2010, actuación que pueden seguir otros bancos alemanes y del resto de la UE, obligados a fortalecer posiciones para los test de estrés de otoño. El sector sabe que el examen de Draghi esta vez será duro, porque el BCE no se va a hacer cargo de los bancos europeos dejando telarañas en los sótanos. Además, hay que recuperar la confianza de unos mercados que no se fían de que el valor en libros refleje la realidad del Deutsche Bank y de otras entidades.