La moneda única marcó ayer máximos históricos desde 2011 al alcanzar un cambio de 1,395 dólares. Se están encendiendo todas las señales de alarma, pero la mayor parte de los analistas cree que el gobernador del BCE tampoco va a tomar medidas mañana. La presión sobre Draghi para que actúe es máxima, incluso desde aquellos ámbitos, como es el caso de Alemania, en los que tradicionalmente se había criticado cualquier medida fuera de la heterodoxia. Sin embargo, la fortaleza del euro sigue aumentando y empieza a tener consecuencias sobre la actividad económica. En la última reunión del BCE, hace un mes, el gobernador aseguró que estaba siguiendo con atención la evolución del tipo de cambio por su influencia sobre la inflación.
Un euro fuerte hace que las compras al exterior se abaraten, lo cual incide en que sigan bajando los precios. Reduce la factura del petróleo, pero aumenta el riesgo de deflación. Caer en ese agujero negro económico sería lo peor que le podría pasar a la incipiente recuperación europea y supondría un varapalo para los endeudados Estados periféricos, que tardarían más en bajar su deuda. Un euro sobrevalorado merma nuestra capacidad exportadora -de ahí el cambio de actitud de Alemania- y puede llegar a gripar el principal motor de crecimiento.
En la situación actual, las empresas cuya afiliación procede principalmente del exterior sufren el desgaste del cambio a una moneda mejor valorada al repatriar beneficios. Con estas expectativas, hasta la OCDE pidió ayer al BCE que baje tipos a cero y tome medidas extraordinarias. ¿Va a seguir Draghi impasible hasta junio y dejar que siga subiendo el euro? Sería asumir un riesgo que puede salir muy caro.