A algunos gobernantes, por no decir a muchos gobernantes, les cuesta a estas alturas apostar por la libertad de horarios comerciales y siguen aferrados a una política intervencionista y, por qué no decirlo, cobarde, que les frena a la hora de tomar decisiones contundentes por miedo a levantar ampollas entre los sectores más proteccionistas.
Aun sabiendo que esta falta de libertad se traduce en menos consumo y un menor crecimiento. No se entiende esta postura cuando los datos demuestran que las comunidades autónomas que no ponen trabas, como es el caso de Madrid, arrojan buenos índices de crecimiento y mejores de empleo. De hecho, es este aperturismo el que ha colocado a Madrid como líder de empleo y de creación de nuevos negocios.
Como resultado sólo en el tercer trimestre del año el comercio minorista ha crecido en casi 10.000 ocupados con respecto a un año antes y acumula el 38 por ciento de todos los puestos creados este año en España en el sector. Por el contrario, Cataluña y País Vasco mantienen por intereses distintos a los meramente económicos una política beligerante contra la libertad empresarial que se traduce en más cierres de establecimientos y mayor sangría de parados.
¿Cómo va a explicar Artur Mas que de todo el empleo destruido en el sector en lo que va de año el 54 por ciento sea en Cataluña? Ni lo va a tener fácil Mas ni tampoco Iñigo Urkullu, empeñado en que Euskadi no abra sus tiendas en festivos, pese a que la evidencia muestra que la eliminación de barreras funciona. El problema es el miedo a la libertad. Es urgente una apuesta decidida por la liberalización como el remedio necesario para impulsar la recuperación. Las medias tintas no caben.