Cada vez más voces demandan un acuerdo para relanzar el crecimiento y facilitar la creación de empleo. La Casa Real dio a conocer durante el fin de semana que el Rey también estaba empeñado en este propósito. Había hablado con el presidente del Gobierno y con el líder de la Oposición. Sea por mejorar su imagen o por recuperar su papel de árbitro, este movimiento del monarca, al que ayer se unió Felipe González, era necesario. Se necesita un pacto para acometer cambios estructurales. Es el caso de la reforma de las Administraciones Públicas, imposible sin el acuerdo de las distintas fuerzas políticas que gobiernan en diferentes niveles de administración. Esta reforma implica reducir el tamaño del Estado, agrupar municipios, evitar la duplicidad de competencias y eliminar empresas públicas, lo que contribuiría a la reducción del déficit estructural. También se necesita un elevado grado de consenso para cambiar el diseño territorial. El café para todos ya no es válido.
Ha llegado el momento de abordar en profundidad el encaje en España de Cataluña o País Vasco, que tienen un sentimiento muy diferente de otras CCAA, y de establecer un sistema de financiación con responsabilidad sobre ingresos y gasto. Sin embargo, no se necesita un pacto para bajar impuestos, que es una decisión de política económica que debe asumir el Gobierno salido de las urnas. Queda ver si ese pacto es posible. No se aprecia voluntad en Rajoy de conseguirlo, aunque lo dificulta aún más negociar con Rubalcaba, cuestionado dentro de su propio partido y preocupado por mejorar su proyección pública. No queda tanto de legislatura y sin las reformas estamos condenados a años de bajo crecimiento y paro.