Aunque España lleva centralizando el interés de los mercados e instituciones comunitarias durante los últimos meses, lo cierto es que el gran problema al que se enfrenta la eurozona se llama Italia. El PIB italiano ha mermado siete décimas durante el segundo trimestre del año, acumulando cuatro trimestres consecutivos de caídas, y su economía se ha contraído un 2,5%, un punto y medio más que la española.
Además de estos malos datos coyunturales, el país transalpino se enfrenta a unos vencimientos de deuda entre este mes de agosto y diciembre del próximo año por valor de 324.725 millones, frente a los 157.896 millones del Tesoro español. Unas cifras imposibles de asumir por Bruselas para llevar a cabo un rescate tradicional, similar al puesto en práctica con Grecia.
La desproporcionada dimensión del agujero conjunto no sólo está condicionando la negativa del Bundesbank a que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) disponga de una licencia bancaria para comprar deuda en el mercado primario, sino que está retrasando el plan de ayudas a España. La situación exige una solución rápida en los próximos meses, que permita reconducir la delicada situación de la tercera y cuarta economías de la zona euro, que ya han acabado por contaminar a la alemana en términos de producción industrial y exportaciones.
Al Gobierno de Merkel se le agota el tiempo para convencer a su banco central de que la solución pasa por un rescate asumible, en el que deben de participar tanto el MEDE como el BCE para auxiliar a los dos países y evitar el riesgo de ruptura de la unión monetaria. Seguir instalados en la pasividad traslada a España e Italia a una vía muerta, que sólo conduce al descarrilamiento.