Las reformas de carácter estructural no dan en apariencia frutos inmediatos porque son herramientas que facilitan la recuperación en cuanto la economía empieza a crecer y frenan el impacto negativo de las recesiones. Así ha pasado con la reforma laboral desde su aprobación este año. Se llamaban a engaño quienes pensaran que su aplicación iba a suponer un freno inmediato al paro, porque el empleo sólo se crea con inversión y crecimiento económico.
Sin embargo, el incremento de la flexibilidad en el mercado laboral propiciado por la reforma Bañez sí está empezando a notarse. Tradicionalmente en España, debido a la rigidez del mercado laboral, el despido ha sido el único recurso que tenían los empresarios para reducir costes en tiempos de crisis. Esta tendencia se está invirtiendo tras la reforma porque las empresas cuentan con más mecanismos para reducir gastos. Frente al despido las compañías optan ahora por la reducción salarial. Esta posibilidad ha llegado a las empresas en el momento más oportuno, pues tras cuatro años de crisis y más de 5 millones de parados las plantillas ya están muy ajustadas y un nuevo recorte en el empleo puede abocar a muchas compañías al cierre. Ahora se acuerda eliminar complementos, beneficios sociales y retribuciones en especie antes que hacer nuevos despidos.
Para los trabajadores no es una alternativa agradable, pero la mayoría son conscientes de que es la única reforma de repartir un bien escaso: el trabajo. Se estima que estas reducciones salariales oscilan entre el 10 y 30% del sueldo. La reforma también ha traído, y parece que para quedarse, el concepto de moderación salarial, lo que hace las empresas más competitivas y aumenta la productividad.