Aeropuertos que abren sus puertas a las cinco de la madrugada cuando su carga de trabajo se produce por la tarde o instalaciones que sólo reciben un vuelo al día. Son algunos de los casos reales que Aena está costeando contra su propio balance, que arroja una deuda cercana a los 15.000 millones. Un dispendio difícil de justificar ante la opinión pública en los tiempos que corren, cuya vigencia tiene los días contados, exactamente hasta finales de mes.
En poco más de dos semanas, Fomento dará a conocer un ambicioso plan de reestructuración que afectará a 17 aeropuertos de menos de 500.000 pasajeros -Aena gestiona 47 instalaciones-, cuyo objetivo persigue ajustar la oferta y la demanda. Para conseguirlo, el ente público se propone ajustar los horarios de funcionamiento de los aeródromos, de forma que pasarán de 2.000 a 708 horas abiertos al tráfico aéreo. El plan de racionalización, que debería ser extrapolado a otros ámbitos del Estado (en la Seguridad Social se llevó a cabo con éxito), puede chocar con las reticencias de los sindicatos, en la medida que comporta la revisión de las categorías laborales. Un handicap que no debe interferir en el proceso de modernización de la organización aeroportuaria, iniciada por el anterior ministro de Fomento con la revisión de los salarios de los controladores. Dicho esto, urge en la misma medida que el Gobierno afronte con la misma decisión la insostenible situación por la que atraviesan las concesionarias de autopistas, en riesgo de quiebra.