¿Por qué cada vez que se produce un anuncio de medidas para salir del callejón sin salida en el que estamos aumenta la confusión? ¿Qué les pasa a los líderes europeos y a los responsables de las principales instituciones del continente, incluidos los españoles, que cuando hablan siembran el desconcierto? Parece que no tienen un mensaje claro que transmitir. Tras el caos se esconde el desacuerdo, la indecisión, el juego de presiones que se neutralizan entre sí, la cobardía a la hora de arrostrar la impopularidad que conllevan las duras actuaciones que hay que acometer. Ayer asistimos de nuevo a una ceremonia de la confusión. Protagonista: la Comisión Europea. Nuevamente estuvo lenta de reflejos al no explicar desde el primer momento que el párrafo en el que proponía "la recapitalización directa de la banca a través del mecanismo Europeo de Estabilidad (Mede)" no podía ser de aplicación inmediata. Es decir, no puede ser utilizado por España -que es sobre quién estaba centrada toda la atención- porque su aplicación exige cambios en los Tratados de la UE que demoran su entrada en vigor.
Durante unas horas se entendió que Bruselas estaba dando una solución para recapitalizar las entidades financieras españolas. La prima de riesgo empezó a bajar y por un tiempo parecía que volvía una cierta tranquilidad a los mercados. Duró poco. Olli Rehn tuvo que salir a dar explicaciones: no es una solución que España pueda aplicar ahora, sino una propuesta a futuro. Es más, el informe sobre España considera insuficiente la última reforma financiera -no contempla pérdidas por hipotecas y créditos a las pymes-, pero no propone ninguna solución.
De nuevo la inestabilidad volvió a los mercados y no va a cesar mientras no se aclare de dónde van a salir los 19.000 millones que se necesitan para el saneamiento de Bankia, más lo que haya que añadir para el resto del sistema financiero. El Gobierno sigue siendo quién tiene que resolver esta duda y anteponer a su desgaste político el interés general. El reto afecta también al resto de los partidos políticos con representación parlamentaria, especialmente al PSOE. El comportamiento de la oposición puede ser un elemento que contribuya a la fiabilidad o la erosione. Rubalcaba debe controlar las revueltas internas contra el apoyo al Gobierno. Especialmente en el momento actual, porque a pesar de la confusión aludida, Bruselas ofrece a Rajoy un año más para cumplir el objetivo de déficit si multiplica los ajustes. Esto es, si aplica al cien por cien la receta alemana, que supone un presupuesto bianual 2013-14; subir el IVA -se critica el aumento del IRPF y la reposición de la deducción por vivienda- e impuestos especiales y medioambientales; acelerar el retraso a 67 años en la edad de jubilación; profundizar en la reforma laboral; estrechar el control de las comunidades autónomas y endurecer la Ley de Estabilidad Presupuestaria.
Aplicar estas medidas es admitir, sin eufemismos, una intervención blanda de España a cambio de un balón de oxígeno en la dilación del plazo de cumplimiento de los compromisos. También es una vía de mostrar que somos capaces de hacerlo y de ganar confianza, de la que tan faltos estamos después de haber cometido demasiados errores. Se espera que se presente como un plan conjunto a medio plazo y así debería hacerse. En 1998, Antonio Mercero dirigió la película La hora de los valientes, en la que Gabino Diego interpretaba a un ordenanza del Museo del Prado, que en plena Guerra Civil arriesgaba su vida por salvar un autorretrato de Goya. En situaciones límite es preciso discernir lo importante de lo que conviene al interés particular. Vivimos uno de esos momentos que nos ponen a prueba. Para salir del atolladero, el Gobierno primero debe aclarar cómo va a financiar el saneamiento del sistema financiero, anteponiendo este objetivo a cualquier otro interés y, si es necesario, pedir un rescate.