Las prioridades de RTVE están claras. Con tal de mantener su elevada cuota de pantalla y así poder justificar los fondos públicos que recibe, ha extendido la chequera en medio de la crisis para abonar el doble de lo que hacen las privadas por derechos de emisión de eventos deportivos y películas. Es decir, inmune a la recesión y sin tener que mantenerse con una inversión publicitaria que se derrumba, RTVE ha provocado un encarecimiento de estas subastas. Parece que disparan con pólvora del rey en casi todo: sus series de producción propia también exceden el coste medio de la producción de una cadena privada.
El tamaño de su plantilla es superior al de Antena 3 o Telecinco pese a haber realizado ya un importante ajuste de plantilla. Por no hablar de los sueldos de sus estrellas. E incluso ocurre la paradoja de que acaparan puestos de trabajo que la competencia tiene deslocalizados al tiempo que contratan productoras como Mediapro para realizar una labor que bien podría haberse hecho en casa. Sin duda, Mediapro ha contribuido a inflar estos costes cuando en buena lógica deberían estar reduciéndose. No es de extrañar que las auditorías constaten una ausencia de controles técnicos y transparencia en las adjudicaciones de servicios. Y lo más paradójico de todo es que RTVE pretende arrogarse el papel de servicio público mientras compite por los mismos contenidos que pueden dar unas televisiones privadas cada vez más numerosas gracias a la TDT. Parece obvio que este modelo, a costa del sufrido contribuyente, debe replantearse.