Grecia volvía ayer a incumplir un plazo dado por la troika para aprobar reformas a cambio de más fondos. Esta vez las medidas debían incluir un recorte del 20% en el salario mínimo, una rebaja del gasto del 1,5% del PIB, el despido de funcionarios y un tijeretazo en las pensiones, entre otras. De no acordarse, la troika no libraría más recursos y el país no haría frente a sus vencimientos del 20 de marzo y quebraría. De cualquier forma, los griegos se consideran ya un caso perdido no sólo por su indisciplina. Aun con quitas del 70%, el país cuenta con unos niveles de endeudamiento imposibles de mantener.
Y la siguiente ficha de dominó es Portugal. Los lusos no han crecido ni siquiera durante la bonanza, ¿cómo van a lograrlo ahora con unos tipos de financiación más altos? Sin embargo, Lisboa ha adoptado las exigencias de la UE como reducir pagas extras, aumentar horas de trabajo, abaratar el coste del despido y hasta vender empresas estratégicas a extranjeros. Sus reformas precisan un tiempo que no tienen. Y no podrán recurrir a las pensiones para bajar el déficit otra vez. Además, la deuda de sus bancos resulta excesiva. Pero si se deja caer a Portugal, ¿qué incentivo habría para que el resto siga con las reformas? De momento, resisten gracias al BCE, a falta de que se levante un cortafuegos efectivo. Pero sólo Irlanda ha hecho los deberes por completo y ha conseguido devaluar su economía con una reducción media de sus salarios del 20%, algo que de primeras induce una recesión aún mayor. La periferia debe avanzar en sus deberes y el núcleo del euro debe ayudarles en este doloroso proceso.