Editoriales

Tres tristes historias: Blesa, Ruiz-Mateos y Salgado

Me alegra enormemente que nuestros colegas de Expansión hayan descubierto, por fin, quién es MiguelBlesa, después de pasarse el último lustro elogiando su gestión. elEconomista denunció una y otra vez las tropelías del ya ex presidente de Caja Madrid sin que el decadente diario salmón de Unedisa se diera por enterado hasta que los hechos le han obligado a ver la realidad.

La historia del bonus de 25 millones que Blesa se reservó para él y otros diez directivos no se ha conocido hasta ahora. El consejo de administración de la entidad lo aprobó sin debatirlo. Blesa lo presentó a su órgano de administración como una cosa hecha, ya tratada en la comisión de retribuciones y en el comité ejecutivo, sin que nadie rechistara. Ello explica que los mismos que lo aprobaron entonces ahora lo denieguen.

El caso es un exponente más de cómo han funcionado las cajas en los últimos años, con honrosas excepciones. Los miembros de sus órganos de gobierno estaban repletos de estómagos agradecidos, nombrados por el partido político o la comunidad autónoma.

En esta ocasión, hay que estar agradecido al antiguo director de comunicación de la entidad y actual presidente de Burson-Marsteller, Juan Astorqui. Gracias a sus repetidas torpezas, quedaron al descubierto las equivocaciones de Blesa. Su bravuconería ha permitido, de nuevo, destapar lo del bonus. Astorqui tejió una red de amigos y confidentes, entre los que se encuentran los máximos responsables tanto de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), Fernando González Urbaneja, como de la Asociación de Periodistas de Información Económica (Apie), Ángel Boixadós, que fue utilizada para amedrentar a los periodistas y medios críticos. El montaje, que incluía un conocido confidencial sobre periodistas, se vino abajo en cuanto Astorqui se quedó sin el cargo y, por ende, sin el talonario.

Podría escribir un libro de las asechanzas urdidas desdeesta entidad con el aplauso del anterior director de Expansión, Jesús Martínez de Rioja Vázquez, contra elEconomista, pero se sale de este espacio. Lo que no se conseguía en buena lid, se intentó lograr con artes torticeras. El viernes, en el suplemento que publicaremos para conmemorar el quinto aniversario, podrán comprobar cómo nos hemos consolidado como el primer medio de comunicación económico en español en tan poco tiempo.

Los otros escándalos de la semana son el de Ruiz-Mateos y el de la reforma de las cajas. La vicepresidenta Elena Salgado ha descafeinado la normativa, como adelantamos aquí la semana pasada, para tener el apoyo de PP y CiU, que gobiernan comunidades autónomas con cajas en dificultades.

Los Ruiz-Mateos me citaron hace unas semanas en su casa, en una tranquila urbanización a las afueras de Madrid, tras las numerosas informaciones sobre impagos que aparecieron en elEconomista. Me aseguraron que la deuda era controlable: 700 millones sobre una facturación que duplicaba esa cantidad. El problema estaba en uno de los bancos acreedores, que se negaba a refinanciar los préstamos. Me cargó de libros con los balances de sus empresas, de biografías de la familia y me regaló una medalla de la Virgen, a la que dijo que amaba con pasión. Ya en la calle, comprobé los papeles. Las cuentas más recientes eran de 2009, aunque prometió hacernos llegar las de 2010. Me eché a temblar.

Ruiz-Mateos me aseguró que jamás despidió a un trabajador, porque éste era el principal sustento de una familia, y que incluso asumió plantillas enteras por hacer el bien. Traté de explicarle que eso podía conducirle a la ruina, que quizá era mejor sacrificar a unos pocos para salvar al resto. Pero él seguía invocando al santoral entero antes de admitir un despido. Me sorprendió la pasividad y sumisión con que actuaban sus hijos ante las palabras fuera de la realidad del padre. Un grupo de un centenar de empresas no puede estar bajo la égida de un anciano de 80 años con sus extravíos. También me juró que devolvería hasta el último céntimo. Tengo pocas esperanzas de que lo cumpla. Hay cientos de pequeños acreedores que reclamarán su dinero, además de los bancos. Este país hace aguas por todas partes.

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