
Después de más de dos semanas de autoconfinamiento en la cama y sin poder escribir, me habría gustado ocupar este espacio para hablar sobre el incremento de precio a la gasolina en México o bien sobre la mansión de la primera dama de México, Angélica Rivera, en Miami, sin embargo como prueba de mi agradecimiento decidí contar una historia personal. Mi salvamento por parte de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México en el Ajusco.
No sé por qué motivos, pero por más de un año dejé en el olvido una de mis tantas pasiones, el alpinismo. Después de varios intentos fallidos, reinicie mi preparación y el 24 julio pasado hice mi cuarto ascenso al techo de la Ciudad de México, al volcán del Ajusco que en su punto más alto alcanza los casi cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Algo que olvidé es que la imprudencia en la montaña, en algunos casos, el precio a pagar es muy caro. Por ejemplo, ese mismo día en el Iztaccíhuatl se desbarrancaron dos personas y en volcán Citlaltépetl (Pico de Orizaba, la montaña más en México) murió una persona y su acompañante quedó herido.
Por mi exceso de confianza ignoré algunas reglas básicas del alpinismo. Algo fundamental es siempre llevar el equipo necesario (casco, bastones, ropa de repuesto, guantes, alimento, estuche de primeros auxilios, entre otros) y el principal, nunca autoimponerse tiempos de ascenso y descenso.
Antes y durante la marcha, uno siempre debe estar consciente de que el alpinismo es peligroso. Recuerdo una charla de Pedro Rojo, un gran amigo, alpinista y maestro de yoga, que un día me comentó que uno de sus grandes colegas perdió la vida en la montaña.
Pues bien, el 24 de julio, inicié mi jornada a las 5 de la mañana para recorrer los casi 50 kilómetros de distancia que hay de mi casa al punto para iniciar el ascenso a la cima del Ajusco. Pese a saber el dicho popular entre los alpinistas de tomar las cosas con calma porque "mañana, la montaña estará ahí". Eso lo omití.
En los últimos tres ascensos tomé el tiempo -algo que nunca había hecho- y el día del accidente requerí de poco más de 90 minutos para llegar a la cima del volcán (la mitad del tiempo que hice la primera vez, hace un par de años). Por lo anterior, muy emocionado, me fijé la meta del mismo tiempo para la bajada. Era mi nuevo récord personal.
¡Error! Un gran error de mi parte. Además, debido a las constantes lluvias, el de por sí agreste y escarpado camino del volcán, la humedad hace más peligrosas las veredas. Como bien dice uno de mis rescatistas, el 90% de los accidentes en la montaña son en el descenso.
Bajando por la llamada ruta "el espinazo del diablo", pretendía concluir mi descenso a las 10:30 de la mañana para así cumplir con un compromiso familiar ¡Craso error! Porque llegué 14 horas después. Lo bueno de lo malo es que llegué a casa con vida.
La verdad, tuve miedo
Después de más de 15 días del accidente, ahora puedo comentar un secreto que guardé bajo siete candados. Tuve miedo, mucho miedo.
Con mi empecinada y estúpida idea de reducir mis tiempos de ascenso y descenso, al inicio (o al final, según desde el punto de vista que se le vea) del llamado "espinazo del diablo" hay una zona de paredes de piedra, las cuales se pueden evitar desviándose unos 100 metros.
Opte por bajar escalando por esas paredes. Tenía prisa. Ya me faltaban un metro para descender un tramo de rocas y después la pared de piedra de poco más de dos metros de altura. Si bien, ya había bajado otras veces por ahí, mi tonta urgencia por mantener mis "nuevos tiempos" ignoré algo que ya había notado, lo resbaladizo que estaba ese tramo de roca sólida por la humedad.
La caída fue libre. El golpe fue directo en mi pierna derecha, el dolor fue mayúsculo acompañado de un grito desgarrador. No sé cuánto tiempo quedé tirado, el dolor era lacerante.
Cuando reaccioné, vi que estaba alejado de la ruta habitual que siguen los alpinistas y recordé lo que había filmado o grabado minutos antes de caerme: el recorrido de una víbora de cascabel. En cuestión de minutos, recordé además que esa zona de la Ciudad de México nieva y lo peor, perdería las citas de trabajo y personales ya pactadas para la semana.
Quizá fue una tontería, pero tuve miedo de que nadie me auxiliara. Por mi mente también cruzó la idea de una hipotermia nocturna. Por mi exceso de confianza, recordemos que no llevaba ropa extra ni alimentos. Guardando sus respectivas dimensiones comparativas, fue algo como lo sucedido a Aron Ralston, el montañista estadounidense que narró en su libro Between a Rock and a Hard Place (Entre la espada y la pared) su accidente en un barranco en Utah al tratar de reducir sus tiempos del recorrido. Esa historia, quizá lo recuerde estimado lector, se llevó al cine con el título "127 horas".
El Schindler argentino en el Ajusco
Debido al fuerte golpe, tuve una especie de dislocación de la rodilla y digo dislocación porque el diagnóstico del traumatólogo que me atendió fue en términos muy técnicos. A mi pregunta: ¿Qué significa eso doctor? La respuesta exigua fue "eso tiene un tratamiento diferente a una fractura de hueso". Ante eso pensé: "Ah, Ok" y en forma irónica me dije a mi mismo: "Con esa explicación tan clara, ya entendí".
Como pude, me arrastré de nalgas por un terreno lleno de espinas y rocas filosas para llegar al camino habitual de los alpinistas.
Mi instinto de supervivencia tomó el control de mis movimientos y suprimió el dolor del golpe y de la tortura provocada por las filosas espinas en las manos. El recorrido de alrededor de 100 metros me tomó más de una hora.
El agotamiento físico quedó relegado a un segundo plano porque en ese momento el miedo fue mi mejor aliado. A pesar de que nací con altavoces integradas (por el fuerte tono de mi voz), mis fuerte gritos pidiendo ayuda no tenían respuesta.
Después de no sé cuánto tiempo, mis fuertes gritos (como nuestro Himno Nacional que "retiemble en sus centros la tierra, al sonoro rugir del cañón") infructuosos, apareció a lejos un grupo de cuatro alpinistas, encabezados por un altruista nato.
Facundo Gassa, publicista, empresario, entrenador profesional y alpinista de origen argentino, y como dictan los cánones del altruismo, procuró el bien ajeno a costa del propio.
Para mí, Gassa fue mi Óscar Schindler argentino en el Ajusco. Sin reparo alguno y de forma inmediata me revisó la herida, me vendó la rodilla y me cedió sus bastones para descender.
Quizá mi cara reflejaba el intenso dolor, mismo que se agudizaba ante los difíciles tramos de bajada con pendientes de 45 a 50 grados sobre un terreno de mucha piedra suelta. Para que mi mente se ocupara en otra cosa, me contó cómo inició su floreciente microempresa Velas Muvieri (que en huichol significa "protección") y habló brevemente sobre sus potenciales planes de expansión en el mercado mexicano.
Facebook al grito de guerra
Previo a la llegada del grupo de Gassa, ante mi desesperación y miedo, intenté pedir ayuda por teléfono, sin embargo Movistar no tiene señal en esa zona (a diferencia de Telcel que sí tiene). Intenté también sin éxito, en ese momento, pedir ayuda al grupo en Facebook: Alpinismo México.
"Sin señal", era el mensaje de Facebook. Sin embargo, por suerte para mí, a las 11:39 horas se publicó mi solicitud de ayuda en Alpinismo México. Bastaron un par de minutos para que una decena de personas hicieran una ola expansiva de apoyo virtual. Entre ellos, mi excelente amigo Martin Stopher, un inglés que lo que tiene de mal hablado (clásico en los extranjeros a quienes los mexicanos enseñamos a decir groserías en español), tiene tres veces más de solidario y de buen camarada.
Desde su nueva morada en Mérida, Yucatán, Stopher (un experimentado alpinista y exmiembro de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México) se comunicó directamente con el presidente del escuadrón de salvamento para notificar mi accidente.
Aproximadamente, el 50% del camino a descender ya herido, Gassa con todo el peso de su equipo (me imagino que su mochila pesaba más de 30 kilogramos) fue el único que me apoyó sin chistar al máximo y lo mejor con un excelente sentido del humor.
En el camino también tuve la fortuna de encontrar a un alpinista-acupunturista, Eduardo Cortés, que ni tardo ni perezoso, al ver la mega hinchazón de toda mi pierna, sacó sus agujas y literalmente me lleno la pierna con los alfileres. También me puso agujas en la cabeza y brazo izquierdo.
Después de manipular hábilmente las agujas para generar una especie de toques eléctricos en los músculos, como por arte de magia Cortés logró que mi "pata" (pierna) de elefante (por el tamaño de la inflamación) se convirtiera en "patita" (pierna) de elefante bebé. Es decir, hizo que disminuyera quizá más del 50% de la inflamación.
Para mi fortuna, minutos después de terminar la sesión de acupuntura en la montaña, llegaron los miembros de la Patrulla Nueve de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México. Esto gracias a mi grito de auxilio a través de Facebook.
Minutos más tarde también acudieron a mi llamada de auxilio algunos miembros del Club Alpino Camelot, encabezados por Luis Alberto Serna Romero. Si bien, ellos no son un grupo de rescate, la solidaridad, su amplia experiencia y altruismo entre alpinistas los llevaron a prestar el apoyo.
Accidentes del accidente
Debido a que el descenso concluyó alrededor de las 20:00 horas y después de la revisión médica por parte del doctor de la brigada de rescate, Darío Ramos, al pie del camino del Ajusco, la recomendación fue ir a un hospital para tener un mejor diagnóstico con rayos equis.
Dichos estudios concluyeron poco antes de la medianoche de ese domingo. En ese momento, el único lugar operando (en las inmediaciones del hospital) era Farmacias del Ahorro (Comercializadora Farmacéutica de Chiapas, SAPI de CV).
Pues bien, un tercero compró los medicamentos y pagó con mi tarjeta de crédito. Después de explicar mi situación de invalidez temporal, aceptaron el pago presentando una identificación a mi nombre. Sin embargo, por error de mi hija y de la empleada, no se regresó mi identificación.
Considerando que Farmacias del Ahorro es la segunda empresa del ramo más importante en el país (Crece Oxxo-Farmacias ¿En el DF cuándo?), pensé por un momento que no había problema alguno. Es más, la misma compañía dice que uno de sus cinco principios básicos es el "excelente servicio a clientes".
Pues al respecto, Farmacias del Ahorro miente. Un día después de la compra, pedí de favor a una persona pasara a recoger mi identificación (licencia de conducir). Sin embargo, negaron la entrega argumentando que se tenía que acudir en el mismo horario de la compra (casi a la medianoche).
Como cualquier comprador común, recurrí al servicio telefónico de atención al cliente y la respuesta fue que no había ninguna forma disponible de comunicación con las sucursales. Ante ese intento fallido, recurrí también sin éxito a las redes sociales de dicha cadena.
Me pregunto: ¿Por qué presumen algo que no tienen? El supuesto "excelente servicio a clientes". Entonces, hice algo que regularmente no acostumbro. Intenté por algunos medios contactar a la gente del departamento de relación con medios de comunicación (atención a prensa).
Días después recibí un escueto correo electrónico de dicho departamento de esa empresa. Que por ciento, eliminaron lo que tiene cualquier empresa seria, los datos de dicho contacto (nombre, cargo y números telefónicos personales). Pues bien, amablemente expuse mi solicitud de ayuda. Sin embargo, a la fecha sigo sin respuesta.
Ante esa cerrazón de la empresa, se acudió a la sucursal de Farmacias del Ahorro casi a la medianoche (como lo habían señalado) y la respuesta, ya se imaginarán cuál fue, negaron tenerla. Su argumento, de risa, "nosotros no pedimos licencias (para conducir) para cobrar".
Ahí el error no es de los empleados, la es la incapacidad gerencial de los directivos tomadores de decisiones para invertir en su capital humano. Es decir, en capacitación.
Bueno, la solución a eso es fácil, cuándo pueda caminar tramitaré otra licencia para conducir. De momento es un verdadero martirio caminar unos cuantos metros.
Otro accidente, después de mi accidente en el Ajusco, fue algo que ya es muy común en la Ciudad de México. Fuimos presa de la delincuencia en "Manceralandia". La ciudad que hoy gobierna quién quiere ser presidente de la República en el 2018, Miguel Ángel Mancera.
A unos metros de la puerta de la casa, con arma de fuego en mano, mi hija fue asaltada por dos ladrones. Entre las pertenencias robadas, su teléfono móvil.
Ante la incapacidad de agradecer personalmente el gran altruismo a Facundo Gassa (en el teléfono de mi hija tenía el número de contacto del empresario, ya que desde el Ajusco notifique mi accidente a Montserrat), es por eso que por ser un humilde "TextoServidor" (redactor de noticias) decidí escribir mi agradecimiento en este espacio.
Empresas y Gobierno, ayuden para ayudar
Si bien quizá haya otras asociaciones civiles sin fines de lucro dedicadas al rescate alpino, hablaré sobre los encargados de mi salvamento en la montaña, la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México.
Derivado de que se carece de una normatividad como en otros países, los recursos para solventar el gasto monetario para el rescate de personas son desembolsados prácticamente en su totalidad del bolsillo de las 130 personas que integran la asociación civil.
"En Estados Unidos, Canadá y en otros países donde se tiene legislado que el gobierno paga a los rescatistas un sueldo de un profesional. En nuestro caso, en México, casi todo sale de nuestros bolsillos. El gobierno (federal) no aporta nada", comenta el presidente de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México, Jesús Domínguez Navarro.
Considerando la compra de equipo nuevo, el desgaste del mismo, capacitación a los miembros de la brigada, gasolina, alimentos, entre otros rubros, Domínguez comenta que el gasto anual suma alrededor de medio millón de pesos.
Si bien reciben apoyo de las empresas: Alta Vertical, Life México, Vertimania, Deportes Ruben's, Noble Equipment, Acrobarium, Aguayo Deportes, Xplora-te, Ropa Extrema y Deportes Rube, se hace un llamado a firmas como Grupo Sanborns, Coca-Cola, PepsiCo, Alsea, América Móvil, Bimbo, Chedraui, Soriana, Wal-Mart, Banamex, Santander, HSBC, Banorte, Gruma, FEMSA, Liverpool, El Palacio de Hierro, Grupo Televisa, Grupo Modelo, Cuauhtémoc Moctezuma (Heineken), entre otras tantas para apoyar con recursos a la asociación.
Domínguez señala que son una asociación autorizada por el brazo recaudador de impuestos de la Secretaría de Hacienda (SHCP), el Servicio de Administración Tributaria (SAT), para recibir donaciones que son deducibles como lo marca la Ley del Impuesto Sobre la Renta (LISR).
Incluso invita al público en general y a la iniciativa privada a hacer aportaciones, que como ya se dijo, son deducibles de impuestos. La ayuda se puede hacer a la cuenta bancaria No. 0401906945 a nombre de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México, A.C. en Banorte o través de la Clave interbancaria 072 180 00401906945 2. Para mayor información ver su página en internet.
También hacen un llamado al gobierno federal para que otorgue en comodato o préstamo un bien inmueble para la asociación. Esto sería un excelente apoyo, dice Domínguez, ahora que están por celebrar el 70 aniversario de su fundación.
Agradecimiento a héroes anónimos y conocidos
Con un gran temor a omitir algún nombre, quiero reconocer amplia e infinitamente mi agradecimiento por el apoyo a mi rescate a Jorge Herrera, de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México, que al igual que Facundo Gassa, fueron los que me cargaron en brazos para el descenso.
Mi total gratitud a Gustavo Cervantes, Luis Ángel Reséndiz; a Antonio Barroso que en un tramo me cargó "de a caballito" (en la espalda), a Jorge Belmont. A los miembros del Club Alpino Camelot: Bruno Mejía, Alejandro Quirós y Luis Cerda.
A Miriam Díaz, que ante su fortaleza física alimentó mi ego personal y con ello saqué fuerzas de no sé donde para soportar y no gritar ante el fuerte el dolor en la pierna que crecía a cada minuto por el escarpado y agreste camino. Para muestra de eso, reproduzco las palabras de un rescatista: "Tomás, te rifaste (envalentonar) ayudándonos a cargarte. No cualquiera aguanta como lo hiciste".
A mi hija Montserrat, a su pareja Neri Alberto Villanueva que ante la preocupación también sacaron fuerza de ultratumba y aguantaron el ritmo de ascenso de los alpinistas profesionales que acudieron en mi auxilio a una altitud, quiero pensar, de unos tres mil metros de altura.
Un amplio agradecimiento y una disculpa pública a mi madre (Manuela Medina), a mi hermana Marisela, y al gran amor de mi vida, mi hija Montserrat, que ante mi torpeza en la montaña cambié radicalmente su rutina diaria.
También mi agradecimiento a Gaby Estrada, excelente amiga que tenía más de dos décadas sin saber nada de ella. Gracias a su comunicación electrónica vía WhatsApp, me ha dado unas maravillosas sesiones terapéuticas de risoterapia y que son por el momento mis opiáceos por las constantes descargas de endorfinas.
Un amplio reconocimiento y agradecimiento al casi centenar de personas que me transmitieron su apoyo y preocupación a través de Facebook.
Ahora solo resta esperar mi recuperación para iniciar otra vez el entrenamiento físico con miras al ascenso futuro a la cima de la Mujer Dormida (el volcán Iztaccíhuatl). Obvio, tendré que retomar en forma previa varias subidas al Ajusco.
Quizá algunas personas disfruten al máximo salir a beber, otras jugar videojuegos en línea (con sus PlayStation 4 o Xbox One) o prefieran salir a cazar monstruos con el Pokémon GO, entre otros tantos distractores. En lo particular, aunque soy novato, una de mis pasiones es el senderismo en la alta y media montaña. Pasión que se la debo a Martin Stopher.
La montaña para mi tiene una atracción irresistible. Rompe el estrés laboral porque disfrutar de la naturaleza me aleja por unas horas mi dependencia al uso de la tecnología.
El 24 de julio, el Ajusco me acercó a la muerte, hubo una posibilidad (baja o alta, no lo sé) de morir y me perdonó. Ahora lo que me resta es capitalizar mis errores y aprovechar al máximo lo maravilloso de la vida.
A todos, muchas gracias.
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