Ministros proeuropeos amenazan con dimitir si no se les da libertad de voto
El esperado Plan B de Theresa May para desbloquear el Brexit presenta tantas similitudes con la propuesta inicial que la única incógnita ante la votación del día 29 es si el Parlamento forzará la permanencia en la Unión Europea si a finales de febrero sigue sin haber acuerdo. En lugar de erigir consensos sobre una nueva hoja de ruta que suavizase el divorcio, la primera ministra británica continúa aferrándose al plan sellado con Bruselas, con la esperanza de que cambios en la controvertida salvaguarda irlandesa permitan atraer a los euroescépticos conservadores y a los unionistas norirlandeses, de quienes depende para gobernar.
Su estrategia sorprende en una mandataria que hace solo una semana había sufrido la peor derrota re-gistrada en Westminster. Que la mayor novedad de su intervención de ayer fuese el anuncio de que los ciudadanos comunitarios no tendrán que pagar la tarifa de 65 libras por registrarse en Reino Unido dice mucho del alcance de sus ideas. Su oferta de diálogo a la oposición, aunque en pie, ejerce un magnetismo menor que presionar por lo ya firmado y su objetivo el próximo martes pasa por recabar un mandato oficial para regresar a Bruselas a demandar retoques en cláusula fronteriza. La idea sería someter la propuesta a una segunda y definitiva consulta en Westminster a mediados de febrero.
May semeja ignorar que la desafección con su acuerdo no se limita al frente anti-UE. Los diputados más activos son precisamente los tories que llevan semanas trabajando para impedir una ruptura no pactada, por lo que la decepción ante la ausencia de propuestas es solo equiparable al descontento por un desequilibrio de fuerzas que favorece a los euroescépticos.
Tras el rechazo al acuerdo, la evolución lógica parecía implicar un Brexit más suave, capaz de atraer a la oposición, dada la imposibilidad de ganarse a quienes ansían abandonar el bloque cuanto antes. Las conversaciones promovidas inmediatamente después de la derrota invitaban a asumir que, si Reino Unido esquivaba el cada vez más demandado segundo referéndum, sería mediante un compromiso entre la salida dura de May, que establece romper con mercado común y unión aduanera, y los lazos estrechos con el continente que todavía demandan una mayoría de diputados.
En la política de trincheras de Downing Street, el bastión que advertía del riesgo de escisión entre los conservadores ha podido con el que recomendaba construir consensos más allá de siglas. Pese a ello, decenas de diputados han construido las alianzas más improbables para defender su apuesta y no pocos miembros del Gobierno están dispuestos a seguirlos. Si la próxima semana no tienen libertad de voto para enmiendas, como la que propone ampliar el artículo 50, una dimisión en cadena podría provocar el colapso del Ejecutivo.