Theresa May ha iniciado una ronda desesperada de contactos con el único interlocutor capaz de revertir la derrota a la que se encamina el acuerdo del Brexit: la Unión Europea, la misma institución de la que el Reino Unido ha decidido divorciarse, aunque sin saber cómo. La primera ministra británica había confiado en que la distancia facilitada por el parón navideño permitiría a los diputados ganar perspectiva y asumir que, aunque imperfecto, el plan respeta el mandato del referéndum de 2016.
Las concesiones que esperaba recabar de Bruselas, en su cálculo de riesgos, se encargarían del resto, pero a prácticamente diez días de la votación, la premier se halla sumergida en una ofensiva diplomática para salvar el acuerdo o, siendo realista, para minimizar el desastre que se cocina entre los centenarios muros de Westminster.
Este viernes habló por teléfono con el presidente de la Comisión Europea, el mismo con quien había protagonizado una incómoda escena en el último Consejo del año, el llamado a facilitar las garantías legales que no se materializaron, dadas las suspicacias que los beligerantes parlamentarios británicos despiertan en los socios comunitarios.
Sin embargo, su destino y el del Reino Unido dependen ahora de Jean-Claude Juncker y compañía, una coyuntura a la que, irónicamente, había tratado de poner fin el plebiscito. Aunque los desbloqueos de última hora son la especialidad de las negociaciones que implican a la UE, es difícil vislumbrar qué podría recabar May para permitir un vuelco en la votación prevista la semana del 14 de enero.
Por si hubiese dudas, el primer ministro de Irlanda, clave ante el escollo que representa la salvaguarda para evitar la reimposición de una frontera dura, y la canciller alemana han mantenido sus propias conversaciones esta semana y la conclusión fundamental es descorazonadora para la premier: pese a su buena voluntad, ambos acordaron que las bases del pacto sellado el pasado noviembre permanezcan.
Como consecuencia, May puede descartar el apoyo de los unionistas del Ulster, es decir, los diez diputados de quienes depende para gobernar y cuya aversión a la barrera de seguridad es visceral, según reiteraron ayer mismo, tras numerosos encuentros en el Número 10.
Adicionalmente, aunque el centenar que se oponía en las filas tories ha caído a entre 30 y 40 parlamentarios, el rechazo es suficiente para hacer inviable la aprobación, una realidad ante la que Downing Street barajaría convocar una segunda votación casi de inmediato.