Londres
El Parlamento británico regresa mañana al trabajo tras el parón de la temporada de congresos y, sorprendentemente, tanto conservadores como laboristas se encuentran en la inesperada tesitura de regresar a Westminster con mejores perspectivas de las anticipadas. Dadas las divisiones que la salida de la Unión Europea genera para ambos y los problemas internos con los que concurrían a la cita, lo curioso es que hayan logrado no solo sobrevivir a la misma, sino salir reforzados.
En circunstancias normales, la fortuna de uno implicaría, necesariamente, la desventura del otro, pero los tiempos actuales son de todo menos ordinarios. El Brexit marca la temperatura política y aunque los dos se esforzaron en demostrar que hay vida más allá, el divorcio comunitario sobrevoló sus respectivos eventos e, inesperadamente, no impidió a los líderes salir fortalecidos.
Theresa May tenía, sin duda, la papeleta más complicada, teniendo en cuenta la parálisis de las negociaciones, la oposición a su plan de ruptura, su maltrecha autoridad y, por si no bastara, el recuerdo de la debacle del pasado año, cuando un resfriado y serias disfunciones en el decorado se convirtieron en la más desafortunada metáfora de su vituperado liderazgo. Difícilmente podrían las expectativas estar más bajas, por lo que haber logrado regresar al Número 10 revigorizada donde todas las quinielas anticipaban el desastre revela el tamaño del reto.
La primera ministra lanzó disparos certeros contra Jeremy Corbyn, aprovechando uno de los flancos más débiles del líder laborista: las odiosas comparaciones con la coherencia ética y política de sus predecesores, a quienes atribuyó unos principios morales y un proceder que echó en falta en su actual rival. El golpe surtió efecto y mostró una faceta poco conocida y menos explotada todavía por May, quien tuvo también la astucia de reservar munición retórica para Boris Jonhson, un enemigo casi peor que el jefe de la oposición y al que censuró sin articular su nombre siquiera.
La premier ha logrado comprar tiempo justo cuando se enfrenta a la hora de la verdad de las conversaciones del Brexit
Resulta complicado que el ardor del congreso le dure, pero, al menos, la premier ha logrado comprar tiempo justo cuando se enfrenta a la hora de la verdad de las conversaciones del Brexit. El miércoles, desde el estrado, apeló a la unidad y advirtió a su partido de que buscar la fórmula "perfecta" podría acabar haciendo descarrilar la salida. Por eso, sin referirse específicamente al plan de Chequers, como se conoce su apuesta, instó a ampararla para evitar echar más leña al debate de una segunda votación, propuesta que ahora el Laborismo mantiene abierta y que, según ella, destrozaría la "fe en la democracia".
Tampoco a Corbyn le entusiasma la idea, pero entre sus militantes resulta un clamor, por lo que, en concordancia con su determinación de escuchar a las bases, se ha comprometido a, llegado el caso, plantear un nuevo referéndum. La garantía no era fácil para un líder que transita por la cuerda floja para combinar su histórico euroescepticismo con el sentir proeuropeo de la mayoría de sus afiliados y el apoyo masivo que en 2016 el Brexit había recabado en sus graneros de voto.
Sin embargo, como May ante los tories, el líder laborista logró salir airoso del trance, ayudado por el fervor que continúa generando entre la militancia y la sensación que consiguió transmitir de que cuenta con un proyecto de país, una idea de qué modelo de sociedad promovería desde Downing Street y, lo más importante, con la capacidad de generar ilusión.
A partir de ahí, el reto de ambos pasa por prolongar los réditos obtenidos de los congresos: la premier, en la negociación que la próxima semana afronta en Bruselas y Corbyn, con el mantenimiento de la presión que le permitió recuperar la relevancia para la izquierda británica tras ocho años de oposición.
