
"Agradar cuando se recaudan impuestos y ser sabio cuando se ama son virtudes que no han sido concedidas a los hombres". Y a las mujeres tampoco, nos permitimos apostillar. La cita es del irlandés Edmund Burke (1729-1797), que algo sabía del tema ya que además de pensador y escritor era político. Si bien es cierto que con los impuestos se compra civilización, no lo es menos que rascarse el bolsillo no es del agrado de nadie, por mucho que sean los servicios públicos los beneficiarios. Máxime si lo que se grava es algo tan fortuito, natural e incontrolable como las ventosidades del ganado.
En un momento en que políticos, empresarios y público están enfrascados en el debate sobre la tributación del diésel, cabe recordar algunos de los impuestos más descacharrantes que a lo largo de los siglos han servido para llenar las arcas públicas a cuenta de las más bizarras actividades y bienes.
Tatuajes que tributan
En Arkansas (EEUU), las personas que se hagan tatuajes o piercings deben pagar una tasa especial de un 6%. No, no es el tatuador el que asume la carga fiscal; es el usuario del ornamento cutáneo quien hace un aporte extra al erario público. ¿La justificación? Cualquiera que dé a luz la imaginación, puesto que el Gobierno del Estado no dice ni pío.
Seguimos en los USA pero dejamos atrás el rústico interior para mudarnos a la sofisticada Costa Este. En Nueva York, hasta el pan, el más básico de los alimentos, es un instrumento para alimentar las arcas de la Gran Manzana: comerse un 'bagel' cortado por la mitad en un restaurante genera una base imponible en el bollo, como si los hidratos de carbono no fueran suficientes. Engullirlo entero o en casa engorda igual, pero al menos no hay castigo tributario.
Hacemos una última parada en el periplo bizarro-impositivo estadounidense para volver a la América profunda, donde la muy casta Utah nos sorprende con una tasa para todas aquellas empresas que empleen a trabajadores desnudos. Da igual dedicarse a posar para estudiantes de Pintura que a la prostitución o al cine para adultos: Hacienda somos todos, también en cueros.
Los brujos, profesionales liberales
En la Inglaterra del siglo XVIII se llegó a gravar el uso de sombreros, elemento indispensable en el atuendo de cualquier persona cabal en aquella época. ¿Y qué menoscabo produce en los recursos públicos el hecho de gastar 'tapacalvas' para hacer pagar por ello? La respuesta es un misterio.
El zar Pedro el Grande obligó a los rusos a tributar por su barba. Esta medida, aunque parezca mero afán recaudatorio, tenía su propósito social: la idea era desincentivar el pelamen facial para europeizar a la población. Está claro que el fenómeno hipster aún no había cuajado.
En Rumanía, la carga fiscal no perdona a ningún autónomo, aunque se dedique a las cartas del Tarot. En 2011, el Gobierno del país de los Cárpatos decidió que brujas, adivinos, médiums y hechiceros de todo pelaje tenían que contribuir como cualquier trabajador por cuenta propia. Los maestros en las artes arcanas, indignados, respondieron invocando maleficios y mal de ojo contra el Ejecutivo.
"Que se mueran to' los feos", cantaban los Mojinos Escozíos. El economista japonés Takuro Morinaga no sólo les desea una larga vida sino que, además, quiere darles privilegios fiscales. En su opinión, la gente bien parecida goza de más oportunidades en la vida, por lo que su contribución monetaria debería ser mayor.
Impuesto por emisiones (rumiantes)
Pasamos a Escandinavia, conjunto de países adelantadísimos en lo social y, por ende, en el antiquísimo oficio de cobrar impuestos. Los ganaderos daneses estuvieron a punto de tener que pagar 13 euros por cada uno de sus animales debido a los gases que éstos expelen a través de sus ventosidades, por lo visto nocivos para la atmósfera. Pese a que los defensores de la tasa demostraron tomarse muy en serio el cambio climático, el proyecto no llegó a consumarse.
Como el Estado de bienestar nórdico no se paga solo, en Suecia ha prosperado una iniciativa aún más rebuscada: todos aquellos padres que quieran ponerle a su retoño un nombre poco o nada común, tienen que pagar un extra de 700 euros para registrarlo. Surge una cuestión: ¿Esos nombres 'raros' están tasados o dependen de la valoración de un funcionario?
Dejamos lo más escatológico para el final. Aunque el tópico impuesto a la respiración aún no ha sido documentado en reino o república alguna, sí existe constancia de una tasa a la orina. Durante el Imperio Romano, esta secreción tenía más funciones que un smartphone: los ácidos que contiene eran excelentes para blanquear las telas, tenía aplicaciones médicas y se usaba, además, como (ay) dentífrico y enjuague bucal. El emperador Vespasiano, viendo su alta demanda, decidió gravarla con un tributo.