
El debate sobre la presión de la inmigración que había dominado la campaña que sentenció el Brexit ha quedado como una mera anécdota en el marasmo de las negociaciones de salida y la búsqueda de identidad de un Reino Unido a punto de iniciar su travesía en solitario.
Los efectos del referéndum, sin embargo, se han dejado notar profundamente en los flujos de movimiento procedentes del continente y el número de personas que cruzan el Canal es el más bajo desde la crisis financiera. La tendencia no puede atribuirse exclusivamente al resultado del 23 de junio de 2016, pero resulta innegable que existe una correlación entre el menor apetito de los europeos de probar suerte en las islas y la decisión de su electorado de romper con el matrimonio de conveniencia establecido en 1973.
El problema es que este descenso comienza a preocupar en Reino Unido. Las consignas de recuperar el control de fronteras que habían dominado la carrera del plebiscito han revelado una realidad, cuanto menos, dudosa: si la inmigración comunitaria se había convertido en el foco de ataque de una eurofobia que prácticamente la acusaba de menoscabar la identidad británica y horadar la economía, su aportación al país y la trascendencia de la masa laboral que suministra ha modificado sensiblemente el prisma bajo el que es analizada.
Lleva tres meses seguidos alcanzando el límite de los visados para extracomunitarios
Para empezar, la diferencia entre los europeos que llegan y aquellos que abandonan ha caído a 90.000, mientras que la brecha entre los extranjeros de fuera del continente ha subido a 205.000. Unos 130.000 ciudadanos comunitarios decidieron abandonar suelo británico desde junio de 2016, un volumen solo comparable al de quienes se fueron coincidiendo con el colapso financiero hace diez años. Como consecuencia, en lo que va de siglo, el margen de inmigración de fuera de la UE fue mayor que el continental, lo que cuestiona que la decisión de romper con el bloque vaya a permitir a Reino Unido proclamar que ha recuperado el control de fronteras.
Como prueba, el país lleva tres meses consecutivos alcanzando el límite de los visados permitidos para trabajadores extracomunitarios, una pauta que si bien evidencia el magnetismo que sigue ejerciendo entre los profesionales de todo el mundo, revela también las carencias de personal y formación de sectores productivos y asistenciales de referencia. El Sistema Nacional de Salud, buque insignia de orgullo nacional que este mes cumple 70 años, ha denunciado ya el impacto negativo de los controles y la falta de acceso a plantilla cualificada. De hecho, ha confesado estar preparándose para un "mal Brexit" que, de acuerdo con sus gestores, sería "desastroso" para la sanidad británica.
De momento, Reino Unido ha garantizado ya que los cerca de cuatro millones de europeos afincados en las islas podrán permanecer, al igual que aquellos que estén cuando acabe la transición, pero el verdadero debate tendrá lugar cuando Londres tenga que decidir qué grado de apertura quiere adoptar una vez libre de las ataduras que denunciaba de la UE. Una de las ecuaciones que deberá resolver es la de que cuanto más libre comercio quiera, más deberá abrir sus fronteras. Así, entre los factores que la mayoría de países desea exportar es capital humano, por lo que cuando negocie con gigantes como China, o India, demandarán una flexibilidad en las normas de inmigración que podría replantear la idea del control de las fronteras.