
El segundo aniversario del referéndum que certificó el abandono de la Unión Europea encuentra este fin de semana a Reino Unido instalado en la incertidumbre, la crispación política y la vulnerabilidad económica. La salida pronosticada por sus fieles como un crucero de placer ha derivado en un marasmo institucional en el que las divisiones internas y agendas que poco tienen que ver con la prosperidad nacional se han convertido en los ingredientes principales de una receta condenada a la parálisis. Ni siquiera el innegable impacto sobre la economía ha ayudado a aclarar prioridades y, a nueve meses del plazo oficial de ruptura, las incógnitas fundamentales continúan todavía por resolver, calentando aún más el debate sobre la conveniencia de una segunda votación para validar el proceso.
La realidad no ha respetado el guión establecido. Si algún analista hubiese aventurado hace dos años este panorama, probablemente habría perdido su empleo. Y es que más allá de las repercusiones históricas, el Brexit constituye, ante todo, una metáfora de la sensación de invulnerabilidad de los líderes contemporáneos. La convocatoria misma del plebiscito no podría basarse en cimientos menos relevantes que el ombliguismo conservador en materia de Europa y el ascenso casi paródico de un partido, el UKIP, de relevancia menor en la historia británica reciente, como prueba su actual desaparición del mapa electoral.
Luchas internas en la derecha
Desde el principio, el referéndum había tenido menos que ver con una vocación democrática que con la ambición de cerrar las luchas cainitas de la derecha, pese a los intentos del autor intelectual de justificar que, tras 40 años de matrimonio de conveniencia con la UE, la ciudadanía tenía derecho a pronunciarse. El éxito de la votación en Escocia, destinada a sofocar la porfía independentista por varias generaciones, y la inesperada mayoría absoluta recabada en 2015 habían dado alas a David Cameron, quien se acabó considerando inmune al populismo que comenzaba a dominar Occidente.
El primer tory en acceder a Downing Street en el nuevo siglo creyó que la consulta comunitaria sería un mero trámite y que los manuales de Historia lo retratarían como el mandatario que resolvió trances que durante décadas habían erosionado la conciencia colectiva. Su convencimiento era tal que aquel lluvioso 23 de junio de 2016, al regresar del colegio electoral donde había votado por la permanencia, recomendó a su círculo más estrecho que se animase, a la vista de la creciente preocupación que empezaba a contagiarse en el bando proeuropeo.
Cameron figuraba, probablemente, entre los últimos en imaginar que, 24 horas después, se vería obligado a anunciar su desalojo voluntario del Número 10. La sensación de incredulidad que desencadenó el ajustado escrutinio -con un 51,9 por ciento de respaldo para la ruptura- fue solo el preámbulo de lo que estaba por venir. La libra se derrumbó en las horas posteriores a la confirmación del resultado y el gobernador del Banco de Inglaterra compareció de urgencia para garantizar la estabilidad, una intervención temprana considerada actualmente una pieza crucial para evitar un infortunio mayor y que prueba, una vez más, las profundas diferencias en materia de contingencia entre las instituciones británicas de referencia.
A este respecto, si hay una que demostró una flagrante falta de previsión fue el Gobierno, especialmente Downing Street. El premier se había vanagloriado durante la campaña de no haber preparado una sola estrategia en caso de victoria del Brexit y lo único que dejó claro es que, de tener lugar, continuaría en el poder. Un simple recuento de votos probó que estaba equivocado por partida doble y, cuando no había pasado ni un mes del terremoto, la hasta entonces ministra de Interior, Theresa May, partidaria de perfil bajo de la permanencia, ya lo había sustituido al frente del Gobierno.
Responsabilidad de Cameron
Imputar lo acontecido desde entonces exclusivamente a Cameron podría resultar excesivo, pero la realidad irrefutable es que gran parte de la actual incertidumbre responde, innegablemente, a su testarudo rechazo a aclarar qué implicaría la salida, o a prever un mínimo bosquejo de la hoja de ruta en caso de que su apuesta resultase derrotada. Como consecuencia, el 23 de junio los británicos tuvieron que decidir entre la continuidad de un statu quo conocido, o la apertura de una nueva era de la que ignoraban prácticamente todo, más allá de las ínfulas de cuestionable prosperidad prometidas por el frente a favor de la ruptura.
Dos años después, los interrogantes que nadie había respondido durante la campaña perduran. Aunque Theresa May ha anunciado ya el abandono del mercado común y de la unión de aduanas, el encaje de la segunda economía europea en el principal bloque comercial del mundo continúa siendo un enigma, al igual que la fórmula que permita evitar la reinstauración de una frontera dura con Irlanda del Norte, si Reino Unido deja el sistema arancelario y regulatorio vigente.
Polarización social
Adicionalmente, la inconmensurable complejidad técnica, institucional y burocrática del proceso dificulta la identificación de la ciudadanía de a pie, lo que amenaza con confinar el debate que importa a las élites de poder y, lo que es peor a nivel social, con agravar la polarización que se ha instalado en el día a día de Reino Unido. Pese a que los sondeos evidencian una creciente impopularidad del Brexit, sobre todo por su impacto negativo sobre la economía, cualquier cuestionamiento provoca condenas censurables por parte de los eurófobos -mención aparte merecen los practicantes en el Partido Conservador- y de un sector de la prensa al que no le tiembla el pulso al tildar de "saboteadores" y "traidores" a diputados que se atreven a defender el rol del Parlamento ante el mayor trance afrontado por Reino Unido desde la II Guerra Mundial.
Como prueba, la principal conclusión de estos dos años es el desacuerdo, tanto en el seno de un Gobierno obligado a retrasar decisión tras decisión debido a la falta de consenso, como con la UE, que se las ha arreglado para mantener una inusitada unidad ante el espectáculo ofrecido por su futuro exsocio. El bloque sabe lo que se juega con la salida británica, por lo que su prioridad no es ayudar a Reino Unido a lograr un divorcio exitoso, sino evitar trasladar la idea de que es posible mantener lo mejor de los dos mundos, para así desincentivar ambiciones similares entre los Veintisiete.
Su determinación, de hecho, se ha convertido en el juguete favorito del frente antieuropeo, que aprovecha estos posicionamientos, legítimos, por otra parte, para seguir retratando a Bruselas como un ente empeñado en horadar el progreso en Reino Unido. El problema es que sus propias incoherencias internas y la división que reina al norte del Canal de la Mancha se han convertido en la mejor carta de presentación para quienes reclaman un "Brexit responsable", es decir, una solución que priorice la prosperidad económica y el pragmatismo institucional.
La propia May milita en este frente, pero la profunda vulnerabilidad que le generó su fallida apuesta electoral del pasado año y la pugna constante por parte de los eurófobos de su gabinete (desde el ministro del Brexit, al de Exteriores) limitan gravemente su capacidad de maniobra. Las dificultades que sufre en casa quedaron en evidencia una vez más esta semana en el Parlamento, donde, sin embargo, logró sorpresivamente sacar la Ley de Retirada de la UE tal como la había concebido, es decir, sin ver su capacidad negociadora menoscabada en Westminster.
Rebaja de las expectativas
La próxima semana afronta otra prueba de fuego, esta vez, en el Consejo Europeo inicialmente llamado a asentar el esquema fundamental de la futura relación. Dado el estancamiento en Reino Unido, las expectativas han sido rebajadas y las previsiones más optimistas calculan que el principio de acuerdo no llegaría hasta octubre o noviembre: tarde, pero, aún así, un éxito relativo dada la urgencia de pactar en apenas meses lo que no se logró resolver en los últimos dos años.
Cronología
23/01/2013
David Cameron promete un referéndum sobre la continuidad en la Unión Europea si los conservadores ganan las elecciones
7/05/2015
El Partido Conservador consigue una inesperada mayoría absoluta, allanando el camino para el plebiscito. Transcurridos 20 días, el Discurso de la Reina incluye la ley que permitirá la convocatoria de la consulta popular.
20/05/2016
David Cameron anuncia el referéndum para el 23 de junio, una jornada después del crucial Consejo Europeo en el que logró una revisión de los términos de la pertenencia a la UE.
23/06/2016
Reino Unido vota a favor de la salida en un 51,9 por ciento.
13/07/2016
Theresa May es nombrada primera ministra, después de que la sucesión de David Cameron se resolviese sin necesidad de un congreso conservador.
29/03/2017
Activación del Artículo 50 del Tratado de Lisboa, que inicia la cuenta atrás de dos años para la salida.
8/06/2017
Theresa May pierde la mayoría absoluta tras un "fallido" adelanto electoral.
26/06/2017
Arrancan oficialmente las negociaciones con la UE.
15/12/2017
La UE autoriza la transición a la segunda fase de negociación, tras un principio de acuerdo en divorcio, ciudadanía y frontera irlandesa.
19/03/2018
La UE y Reino Unido acuerdan la duración de la transición tras el Brexit, el estatus de los ciudadanos y política pesquera. Quedan pendientes, entre otras, la cuestión de la frontera irlandesa.
31/10/2018
Inicial fecha máxima para el acuerdo, aunque la parálisis hace dudar de su materialización.
29/03/2019
Día del Brexit, tras 46 años de pertenencia.
31/12/2020
Fin de la transición e inicio de la nueva relación.