Cuando Luis de Guindos recogió el maletín de ministro de Economía, lo primero que dijo fue que a él y a Cristóbal Montoro "les había tocado bailar con la más fea". Era diciembre de 2011 y acababa de renunciar a toda prisa a sus cargos de consejero en la hoy nacionalizada Banco Mare Nostrum y Endesa. Aunque había sido secretario de Estado en tiempos de Aznar, su paso por el sector privado, capitaneando la filial ibérica de Lehman Brothers, enseguida se le colgó la etiqueta del "ministro tecnócrata". Hoy, el BCE ha avalado la candidatura para que Guindos sea el nuevo vicepresidente de la institución.
Hoy reconoce que los primeros tiempos no fueron fáciles. Aunque no fue en las listas del Partido Popular, tuvo que sentarse junto a Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro para anunciar, en un gélido de diciembre, que el nuevo Gobierno venía lleno de recortes: una subida del IRPF y un ajuste generalizado del gasto de todos los ministerios. Eso, después de apenas una semana trabajando y sin ni siquiera haberse planteado ponerse manos a la obra con el Presupuesto.
Para Luis de Guindos, la parte de "la más fea" que le tocó fue con el sistema financiero. Los casi 18.500 millones de euros inyectados en la era Zapatero no habían sido ni un parche para las entidades financieras, que se tambaleaban como zombis en el mercado. Pocos días antes de su aterrizaje en el Ministerio de Economía, el Sabadell se hacía con la nacionalizada CAM por un euro y la posibilidad de recibir hasta 21.000 millones de euros en ayudas. Todo un precedente.
La caída de Bankia
A la llegada de Luis de Guindos a Economía, Bankia intentaba sobrevivir de forma independiente pero todo el mundo sabía que su supervivencia no iría más allá de unos meses y el propio ministro dio la puntilla a la entidad aprobando unos severos decretos para provisionar el ladrillo que tenía en su balance. No fue sólo Bankia, el rosario de entidades que reconoció no poder hacer frente a las nuevas exigencias fue masivo: todas las cajas reconocieron que no podían seguir adelante sin ayuda.
Para entonces, la morosidad crecía sin parar y la prima de riesgo ponía al Tesoro en serias dificultades para conseguir financiarse cada vez que organizaba una subasta. La agonía de Bankia era evidente y hoy sabemos que De Guindos precipitó la caída de su exjefe Rodrigo Rato y su sustitución por José Ignacio Goirigolzarri, con el que siempre ha mostrado sintonía. Y su llegada vino acompañada de una bomba: Bankia necesitaba 19.000 millones de euros para sobrevivir y era el Estado el que tenía que alimentarla.
En este contexto, y mientras el presidente del Gobierno huía rumbo a Polonia para ver el debut de España en la Eurocopa, Luis de Guindos daba una rueda de prensa para admitir que había acordado con Europa un préstamo de hasta 100.000 millones de euros, aunque, a diferencia de los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal, sólo irían a parar al sector financiero. Pero por muchos eufemismos que utilizó, De Guindos siempre será recordado como el ministro que pidió el rescate de España.
A Europa, las reformas financieras de Guindos, los ajustes de Montoro y la agresiva reforma laboral de Báñez no le parecía suficiente y exigió a España una subida del IVA, la creación de un banco malo negado hasta la saciedad por el ministro y la promesa de reformar las administraciones públicas y las pensiones. Fueron los peores momentos de De Guindos. El bromista Juncker, presidente del Eurogrupo, amagó con estrangularle en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo, mientras a la opinión pública se le acababa la paciencia: las reformas del tándem Guindos-Montoro sólo se traducían en más paro, más recesión y nuevas subidas de la prima de riesgo, que ya se había convertido en protagonista de todos los telediarios. Tampoco Europa andaba mucho mejor: la austeridad había generado enormes protestas en Grecia e Italia amenazaba también con caer en un rescate impagable por el resto de países de la Unión.
Draghi salvó a España
Entonces llegó el protagonista más inesperado. En un discurso que ha pasado a la historia, el presidente del BCE, Mario Draghi, anunció que estaba dispuesto a "hacer todo lo que fuera necesario" para salvar el euro. La coletilla de dicha frase "créame, será suficiente" puso la puntilla dando a entender que el BCE estaba dispuesto a vencer las reticencias de Alemania y poner en marcha los estímulos que fueran necesarios.
El año 2013 tampoco empezó mucho mejor: el FROB valoró las acciones de Bankia a un céntimo de euro, arruinando a cientos de pequeños inversores que, en muchos casos, también habían sufrido pérdidas con las preferentes. Y fuera del sistema financiero, tampoco había muchas alegrías: el 25 de abril, los telediarios abrieron con la misma imagen: ya había más de 6 millones de parados.
Las llamadas a la calma de los ministros económicos no eran suficientes, pero, entre todos los pésimos datos de ese inicio de 2013, había uno esperanzador: el sector exterior español crecía sin parar. La competitividad de las empresas españolas se había multiplicado (seguramente pagando un precio demasiado alto por hacerlo tan deprisa) y las exportaciones conseguían que en el tercer trimestre de 2013, el PIB prácticamente dejase de caer y en el cuarto por fin se cerrarse la W y la economía comenzase una senda de crecimiento que no ha dejado hasta ahora.
El inicio de la recuperación
El año 2014, el panorama fue cambiando: el desempleo empezó a dar un respiro y tímidamente España volvía a crear empleo, la tasa de morosidad de la banca al fin dejaba de subir y el PIB cogía velocidad creciendo a un ritmo del 0,7% en un verano récord, que apuntaba a lo que vendría después.
A partir de ese 2014, casi todo fue "coser y cantar" en los ministerios económicos. Montoro se atrevió a incluir rebajas del IRPF con la vista puesta en la campaña electoral y Luis de Guindos, una vez pasado lo peor, coqueteaba con la ambición de ser presidente del Eurogrupo. Incluso, al inicio de 2015 se atrevió a confesar que su etapa como ministro acababa al final de ese año, con las elecciones del 20 de diciembre. Por segunda vez en pocos años, España tenía un ministro de Economía que ansiaba ser "exministro", como había confesado Pedro Solbes al final de su mandato.
Después de muchos meses como ministro en funciones, confesó que Rajoy le había convencido para continuar en el Gobierno. Él es el único que sabe si el presidente le prometió luchar por un puesto en el BCE o si su continuidad fue a cambio de nada, pero lo cierto es que deja un panorama absolutamente distinto al de su llegada.
El legado del ministro
El PIB creció un 3,1% el año pasado y recuperó el nivel precrisis de la mano de las exportaciones y el turismo, a pesar de la crisis de Cataluña al final del ejercicio. La creación de empleo también es motivo de buenas noticias habitualmente y ya nadie se acuerda de la prima de riesgo, ni del objetivo de déficit. No todo es bueno, De Guindos deja la economía española con una deuda pública muy cercana al 100% del PIB, con posibilidades de sufrir graves consecuencias cuando el BCE suba los tipos, que los subirá, y lo hará pronto, seguramente ya con Guindos en uno de sus sillones.
También deja una tasa de morosidad del sector financiero por encima del 8%, que amenaza con dar un susto cuando los tipos repunten. Pero, sobre todo, deja una cantidad irrecuperable de recursos públicos en las entidades financieras que no devolverán nunca, pese a sus promesas. De los más de 50.000 millones de euros que aún no se han devuelto, nadie confía en recuperar más allá de un 20% o un 30%.
Además, también deja una economía con más desigualdad y muchas reformas que un tecnócrata como era considerado nunca habría dejado pasar. El propio De Guindos se lamentaba en su despedida de haber pasado de ser "el ministro tecnócrata" al "político del BCE" cuando nunca le gustaron ninguna de las dos etiquetas.