
Hay una secuencia en "Playtime", la formidable película de Jacques Tati de 1967, en la que el sempiterno Monsieur Hulot, interpretado por el propio Tati, se encuentra en medio de una novísima oficina buscando infructuosamente al ejecutivo que le debe atender. En un brillante movimiento de cámara, el filme nos muestra como la pretendida eficacia de un espacio de trabajo supuestamente diseñado al milímetro acababa tomando la forma de un laberinto de cubículos.
La escena, como toda la película, es una sátira sobre la deshumanización de ciertas interpretaciones de la arquitectura moderna; esencialmente las que tomaron la forma y la estética sobre la reflexión real del espacio y las necesidades de los usuarios de la arquitectura. Esto es, de todas las personas. Como buena sátira, "Playtime" se coloca en el extremo de la exageración y la caricatura y, así, las calles, las carreteras, las fachadas y los edificios del filme parecen un monolítico vademécum de elementos carcelarios construidos en acero y cristal.
Se diría que la cinta de Tati triunfó en su denuncia de la opresión arquitectónica a la que someten las oficinas a sus trabajadores porque, de un tiempo a esta parte, los espacios de trabajo han abandonado los antiguos cubículos en favor de grandes superficies abiertas para fomentar la colaboración y la creatividad entre los oficinistas. Desde los multicolores parques de atracciones de Google hasta los locales de coworking, las publicaciones especializadas se han llenado de toboganes, suelos de césped y salas de reuniones más parecidas a canchas de baloncesto que a la imagen tradicional de la oficina opresiva, oscura y gris amarronada.

Oficina de Google en Zurich. Fotografía: Marcin Wichary
No hay ninguna duda de que un entorno atractivo es beneficioso para el bienestar del usuario, lo cual, además, y siendo cínicamente capitalistas, debería repercutir en la productividad de la compañía. Es decir: a trabajadores felices, empresas más competitivas. La cuestión es saber si esta nueva tendencia al espacio abierto hace verdaderamente más felices a los oficinistas. Porque, en realidad, la tendencia no es nueva.
De hecho, la aparición del cubículo se debe principalmente a la investigación que el matemático Robert Propst realizó para la empresa norteamericana de muebles Herman Miller a principios de los 60. Junto a un equipo de psicólogos y antropólogos, Propst decidió que el espacio más beneficioso para el trabajador debía incluir la capacidad de aislarse y concentrarse, precisamente, en el trabajo que estaba realizando. El sistema que diseñaron se llamó "Action Office" y, mediante paneles y módulos que separaban la zona personal de la común, adelantaba el concepto de cubículo. Además, suponía una diferencia capital respecto al espacio de oficinas que había dominado desde la aparición del propio concepto de oficina a mediados del siglo XIX: el espacio abierto.

Playtime. Fotografía: Jolly Film
En efecto, la planta libre era el modelo habitual en todas las empresas del mundo occidental. Pero claro, no se trataba de buscar el bienestar del trabajador; era, como casi siempre, una decisión eminentemente capitalista. En un espacio abierto cabían más personas que en uno compartimentado. La película de Billy Wilder de 1960, "El apartamento", ejemplifica perfectamente esa oficina atestada de gente cual enjambre de avispas donde las posibilidades de aislarse y concentrarse, o eran nulas, o dependían exclusivamente de la fuerza de voluntad interior del oficinista en cuestión.
Al igual que sucede con "Playtime", el filme de Wilder hace una parodia exagerada del peor espacio de oficinas posible. El problema es que esa parodia no era precisamente infrecuente y, de hecho, las plantas libres entendidas como espacio de bienestar eran más bien excepcionales. Un magnífico ejemplo son las del edificio de la Johnson Wax en Racine de Frank Lloyd Wright. Construidas en 1939, ofrecían un espacio entre lo eficaz y lo monumental, y facilitaban la colaboración entre los trabajadores pero también permitían un semiaislamiento mediante archivadores altos y otros sistemas de mobiliario. Además, la proporción puestos por metro cuadrado era mucho más baja que las oficinas convencionales, evitando así el efecto avispero.

Oficinas de la Johnson Wax. Fotografía: DP
¿Cuál es entonces el mejor espacio posible para una oficina? La respuesta es un taxativo "depende". Depende del tipo de empresa porque no todas las empresas son Google, no todos sus productos son etéreos y no todos los trabajadores se sienten cómodos en un parque de atracciones. Hay procesos mecánicos a los que la colaboración y un entorno abierto van a facilitar el escape del aburrimiento intrínseco al trabajo repetitivo. Sin embargo hay otras personas y otros procesos, usualmente creativos, que necesitan de concentración y disciplina en santuarios recluidos y casi monacales.
Pero, sobre todo, el buen espacio de trabajo depende de la verdadera aproximación de la arquitectura al bienestar del trabajador y no de que se opte por una planta libre, un espacio compartimentado o un sistema híbrido. La "Action Office" de Propst facilitaba un entorno atractivo mediante muebles de distintas formas y alturas; sin embargo, cuando se llevó al extremo del aprovechamiento económico, acabo desvirtuado en forma de cubículos. De igual manera, la planta libre de la Johnson Wax permitía el trabajo colaborativo y la relación entre los oficinistas pero, sin el espacio del edificio de Wright y sin la superficie auténticamente libre del edificio de Wright, el resultado termina siendo un hormiguero saturado e insoportable.
