
La economía ha dejado de funcionar como el metrónomo emocional del planeta. O al menos para los que manejan sus palancas políticas. Una década después del estallido de la crisis, la producción global bate las proyecciones y las cifras de crecimiento se revisan al alza. Pero en el Foro Económico Mundial de Davos, el ambiente que se respira desde hace un par de años es de preocupación, ansiedad e incluso un ligero pesimismo que chirría con el optimismo natural de los que miran la realidad desde la cima.
Hace dos años, las inquietudes nacían de la revolución digital en marcha, y el miedo a un futuro en el que los robots y la inteligencia artificial destruirán empleos y aumentarán la desigualdad. El pasado año la élite del planeta se vio forzada a entonar un mea culpa con la boca pequeña por los errores de la globalización.
Este año, los más de 2.500 participantes intentarán construir una nueva narrativa a favor de la colaboración porque, como reconocen sus organizadores, "las fracturas geoestratégicas han resurgido en múltiples frentes, con amplias consecuencias políticas económicas y sociales.". "Nuestra incapacidad colectiva para asegurar un crecimiento inclusivo y preservar nuestros recursos escasos coloca al sistema global en riesgo", advirtió el organizador del foro Klaus Schwab. "Nuestra primera respuesta debe ser desarrollar nuevos modelos de cooperación que no estén basados en intereses estrechos, sino en el destino de la humanidad en su conjunto", añadió en el momento de presentar la edición de este año, que arrancará el próximo lunes bajo el lema de "crear un futuro compartido en un mundo fracturado".
Y nadie representa el resurgir de esta política nacionalista y aislacionista como Donald Trump. El empresario, quien tomó posesión como presidente de EEUU el año pasado, justo cuando el foro echaba el cierre, acudirá este año para defender su agenda de "América primero". Pero sus decisiones, como la retirada del acuerdo de París contra el cambio climático, sus comentarios xenófobos y vetos migratorios, o sus embistes contra el comercio global encontrarán pocas simpatías entre un público situado en las antípodas de su discurso.
Quizás sea el presidente Emmanuel Macron quien mejor represente la antítesis a esa visión negativa sobre la cooperación global de Trump. El francés, defensor de una globalización que también proteja a los que se quedan atrás, y protector del acuerdo de París, también acudirá hasta el resort suizo para apuntalar el discurso multilateral.
La victoria de Macron el pasado año no solo representó un espaldarazo a la visión aperturista y cosmopolita, sino también a su discurso abiertamente proeuropeo. Por eso, su aparición ante los líderes políticos y empresariales la próxima semana también servirá para ilustrar el regreso de Europa a la primera línea. Tras una década afligida por un sinfín de crisis y por el azote populista, la Unión vuelve a recuperar la confianza apoyada por la buena situación económica. Tras las dos recesiones y los rescates a cinco socios de la eurozona, la salida de Grecia de su programa de ayuda este año marcará el fin de una época, rematada por el carpetazo a los procedimientos de déficit excesivo de Francia y España.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se tragará las pocas simpatías que tiene hacia el foro para marcar con su presencia este retorno de Europa. Será la primera vez que el luxemburgués acuda desde 1997, quien además el pasado año echó la bronca a sus comisarios por su excesiva presencia en el encuentro de Davos. "No es un secreto que Jean-Claude Juncker no es un gran fan (del foro)", recordó su portavoz.
Quien sí repetirá por segundo año consecutivo será la primera ministra británica, Theresa May. Las dudas que deberá aclarar serán casi las mismas que hace un año: qué relación buscará con la UE tras la salida del Reino Unido del bloque. Porque en estos doce meses May apenas ha dado pistas más allá de que quiere una salida limpia.