
El Consejo Europeo fue concebido en su día como brújula para marcar la dirección del proyecto político. Su presidente actual, Donald Tusk, ha convertido las reuniones de los jefes de los Ejecutivos europeos en un ejercicio de fontanería colectiva para desatascar los problemas políticos que lastran el presente del proyecto comunitario.
En un año en el que arrancó el primer divorcio entre la UE y uno de sus miembros, y los euroescépticos rozaron el poder, Tusk reservó para la última cumbre de 2017 la inmigración y la integración de la Eurozona, los dos problemas que más dividen hoy a los europeos y en los que, de alguna manera, se juegan la convivencia del mañana.
Como recordó Tusk al llegar a la cumbre, el primero divide a los socios entre el Este y el Oeste, y el segundo entre el Norte y el Sur. Tras señalar el tinte "emocional" que ha empapado ambos debates pidió a sus colegas "trabajar por la unidad incluso más intensamente y con más efectividad que antes".
El polaco puso voz a las preocupaciones de su país, y de los húngaros, checos y eslovacos al señalar que las cuotas obligatorias, el sistema ideado por la Comisión Europea para repartir los refugiados llegados a Europa entre los estados miembros, habían sido "ineficaces". Y sobre todo habían sido un método "altamente divisivo", por lo que dejaba abierto el camino a eliminar estas cuotas en pos de lograr un gran acuerdo migratorio que implicara una revisión de las normas de asilo, o un fondo permanente para gestionar crisis migratorias.
La respuesta de la Comisión fue rotunda. Su presidente Jean-Claude Juncker pidió a Tusk y los críticos "calma" porque los refugiados no han puesto en peligro el modelo social europeo.
Un par de días antes, el comisario para Migración, Dimitris Avaramopoulos fue más duro al tachar el comentario de Tusk de "anti-europeo", por "minar uno de los pilares del proyecto europeo": la solidaridad.
La presión anti-europea
Quedó así al aire la verdadera tensión que, periódicamente, brota hasta la superficie del debate político europeo entre unidad y solidaridad, y que ahora se ha convertido casi en una constante por la presión del populismo anti-europeo.
Para Tusk, la prioridad debe ser mantener un frente unido para capear mejor el torrente de crisis y desafíos, ya sea la inmigración irregular o sacudidas económicas, pero también el Brexit, Rusia o la revolución digital. Reducir la ambición es un peaje que él, y otras capitales están dispuestos a pagar para mantener la línea.
Sin embargo, para los más federalistas, la única manera precisamente para sortear los obstáculos sin salir debilitados es continuar profundizando la unión, ya sea compartiendo más recursos o mutualizando los riesgos, ya sea al lidiar con la llegada masiva de personas a las costas europeas, o para amortiguar shocks financieros.
Los padres fundadores de la UE intentaron solucionar este debate entre unidad y solidaridad incluyendo en el Tratado de Roma como principio directriz la "unión cada vez más estrecha". Los socios deberían progresar de manera acompasada, pero la dirección estaba clara.
Este año, en el que se cumplieron seis décadas del Tratado de Roma, las todavía visibles consecuencias de la mayor tragedia humanitaria en suelo europeo y de la mayor recesión económica deberían haber servido como un poderoso recordatorio de las razones para estrechar cada vez más los lazos de la familia.
Sin embargo, la unidad se ha convertido en el activo más preciado. En el caso del reforzamiento de la eurozona es la única puerta de entrada para dar el salto adelante. Y la piedra de toque para medir la ambición de la Europa de la próxima década será la unión fiscal.
La cumbre del euro del pasado viernes sirvió para medir las fuerzas en cada bando y para lanzar las primeras salvas de aviso. "Es imposible una unión económica y monetaria sin una unión fiscal", dijo el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien pidió "no quedarse a medio camino".
Pero su colega holandés no cree en un presupuesto para la eurozona, sino que debe ser cada palo nacional el que aguante su vela.
Los capitanes de cada bando, el presidente francés Emmanuel Macron por el lado de los que quieren extender la solidaridad, y la canciller Angela Merkel, a favor de poner primero la casa en orden, acordaron celebrar una nueva cumbre del euro en marzo para discutir propuestas para reformar la Eurozona. París y Berlín plantearan las suyas conjuntamente, con la intención de que los líderes acuerden una hoja de ruta en junio para completar la unión económica y monetaria.
Para ese mes Tusk también quiere que los jefes de los Ejecutivos europeos logren un consenso sobre el tema migratorio.
En el décimo aniversario de la caída de Lehman Brothers, y que desató el periodo más convulso de la UE con una sucesión de crisis en casi todos los frentes, los socios quieren remendar las costuras empezando por los problemas que más les dividen. Las soluciones que propongan y los calendarios que se den servirán para ver si Europa se moverá con la ambición de la cabeza que pide más solidaridad, o por las líneas rojas de la cola para no perder la unidad.
La defensa y el campo digital
El futuro de la zona euro y la inmigración son las dos fallas que más dividen a los europeos. Otros temas ilustran el progreso logrado al forjar posiciones más coincidentes y, al mismo tiempo, la creciente dificultad para conseguir la unidad en una familia con 28 miembros, con pasados y prioridades tan diferentes.
Durante la cumbre, los líderes europeos también dieron la bendición final a la cooperación estructurada permanente en defensa (Pesco, en inglés). La defensa es una de las áreas donde más se ha conseguido profundizar tras la salida del Reino Unido, el mayor freno a las ambiciones en este campo. Esta cooperación unificará la planificación de misiones conjuntas y una cooperación industrial más estrecha en el campo militar. Y aunque aun se está lejos de un ejército europeo, ha sido demasiado para Malta y Dinamarca (además del Reino Unido), países que no se han sumado a la iniciativa.
El terreno fiscal, sobre todo cómo gravar los negocios online, también se ha colado en la agenda europea. Aunque los socios coinciden en que los gigantes online tienen que pagar su parte justa de impuestos, no se ponen de acuerdo en la manera para hacerlo. La unanimidad que se requiere en materia de fiscalidad en la UE tampoco ayuda para cerrar una posición común.