Economía

DeFlat Kleiburg: reciclar brutalismo abandonado para obtener viviendas buenas, bonitas y baratas

  • Si reciclamos todo, reciclemos también la arquitectura
Edificio DeFlat Kleiburg en Ámsterdam. Fotografía: Marcel van der Burg

En su edición de este año, el Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea -Premio Mies van der Rohe- recayó en el edificio DeFlat Kleiburg en Ámsterdam. A primer vistazo, resultaba raro que el jurado del segundo premio más importante del mundo y el más importante que se concede a una sola obra galardonase un bloque aparentemente anodino y con pinta de haberse construido en los años 70, época de auge del brutalismo estético y, más de una vez, irresponsable.

No obstante, si miramos más allá de las fotografías de fachada descubrimos que es una de las piezas más brillantes que se han construido en los últimos tiempos y que el hecho de haber recibido el premio supone una declaración de intenciones respecto al futuro de la arquitectura. Porque el edificio se levantó efectivamente en los años 70 y lo que los arquitectos de XVW Architectuur y NL Architects han hecho es nada menos que reciclarlo. Es decir, colocarlo en un nuevo ciclo de uso, tanto desde el punto de vista habitacional como, y esto es lo más importante, desde su propia concepción como artefacto económico.

Es importante entender que la operación no es una rehabilitación o, al menos, no solo una rehabilitación. La rehabilitación arquitectónica existe desde que existen edificios; buenos ejemplos son el Panteón de Roma reconvertido en iglesia católica, los Palacios Nazaríes de la Alhambra usados como residencia de los Reyes Católicos o el parisino Palacio del Louvre, destinado a recinto para el arte desde finales del siglo XVIII. Sin embargo, en todos estos casos, el motivo del cambio de uso era esencialmente el aprovechamiento económico del patrimonio. Es decir, que cuando el uso original del edificio había quedado obsoleto, la obra se ocupaba con un nuevo uso adaptándose en mayor o menor medida a la arquitectura preexistente, porque no tenía ningún sentido gastarse enormes cantidades de dinero en derribar el edificio y construir uno desde cero cuando el antiguo podía servir eficazmente a sus nuevas funciones.

Edificio DeFlat Kleiburg en Ámsterdam. Fotografía: Marcel van der Burg

El problema, como casi siempre, llegó en el siglo XX, cuando la construcción pasó a ser un motor fundamental en el sistema económico de Occidente, con especial preponderancia (y nefastas consecuencias) en España. O sea, que el ahorro bruto dejó de tener importancia en favor de la pasta que se generaba derribando y construyendo. Esta circunstancia también acabó generando un sistema arquitectónico de clases, donde había edificios que merecía la pena conservar y otros destinados a la demolición prácticamente desde que se ponía la primera piedra de los cimientos.

A priori parece lógico contemplar la conservación de obras que tienen valor arqueológico, artístico o arquitectónico y condenar al derribo a una gran parte de las construcciones convencionales que, o bien tenían méritos escasos o directamente eran demasiado pequeñas, demasiado improvisadas o completamente insalubres; en definitiva, ineficaces para un uso contemporáneo. La cosa es que, mediante este trazo grueso se acabó despreciando magníficas piezas de arquitectura, sobre todo industriales, por el mero hecho de que no eran palacios o iglesias.

Afortunadamente, ya desde finales del XX y hasta nuestros días, no son pocos los casos de recuperación y rehabilitación de ese antes denostado patrimonio industrial. Por ejemplo, los gasómetros de Viena son ahora un estupendo complejo comercial y de viviendas, la fachada de la Central Eléctrica de Mediodía sigue brillando desde el Paseo del Prado como envolvente del flamante Caixa Forum de Herzog y De Meuron, y el viejo Mercat de Santa Caterina sigue funcionando bajo la formidable cubierta que Miralles y Tagliabue proyectaron a principios de los 2000. Pero, aunque existe una conciencia sobre la belleza alejada del canon, siguen estando dentro de la misma rueda económica sin aportar un ahorro especialmente significativo. Las obras que mantienen fachadas y estructuras antiguas son por lo general más caras que el derribo y el levantamiento de nueva planta, con lo que la recuperación de esas preexistencias es poco más que un reclamo comercial. Los casos más paradigmáticos son los de las viviendas construidas en edificios protegidos: mucho más costosas que una obra nueva y, por tanto, con un sobreprecio de venta bajo la llamada del "edificio histórico".

Edificio DeFlat Kleiburg en Ámsterdam. Fotografía: Marcel van der Burg

Por supuesto, estas actuaciones sobre edificios industriales no son censurables en absoluto pues sirven, entre otras cosas, para que la población comience a tener respeto por una arquitectura que antes era considerada de segunda o incluso tercera clase.

Sin embargo, el DeFlat Kleiburg va más allá del reclamo o de la reivindicación de una belleza arquitectónica denostada. El DeFlat Kleiburg recicla desde el propio mecanismo económico. Por un lado, porque no cambia el uso sino que recupera el uso habitacional de un edificio de viviendas que estaba prácticamente abandonado. Pero mucho más importante, porque es una promoción privada que vende viviendas vacías.

Y me dirán: "¿Qué tiene de bueno que te den un piso vacío? ¿No están vacíos todos los pisos nuevos?" No, porque estas viviendas están completamente vacías, solo hay fachada, suelo y puntos de luz, fontanería y saneamiento. El proyecto consiste en la limpieza y restauración de fachadas y estructura, así como la sustitución y mejora de todas las instalaciones, que habían quedado obsoletas o inservibles tras treinta años de uso y otros diez de abandono. Dentro solo se han realizado unas particiones modulares que se venden a unos 500 euros el metro cuadrado: menos de un tercio del precio de la vivienda en esa zona de Ámsterdam.

Edificio DeFlat Kleiburg en Ámsterdam. Fotografía: Marcel van der Burg

Claro, a ese precio hay que añadirle el coste de todo lo que falta: cocinas, baños o muebles, pero nunca alcanzará, ni de lejos, el precio de una vivienda convencional de igual superficie. Y esto es así porque, en efecto, el DeFlat Kleiburg se ha saltado la rueda económica. Ya no hay contratas y subcontratas ni para los aparatos sanitarios ni para el instalador de cocinas ni para el electricista o el del aire acondicionado. Ya no hay intermediarios en la colocación del pavimento o de las puertas. Ni siquiera hay necesidad de puertas, si el propietario no quiere. Y si quiere, serán como él quiera que sean, al igual que sucede con todo lo demás. Como afirma Kamiel Klaase, uno de los arquitectos responsables del proyecto: "La gente puede crear el apartamento de sus sueños o dejarlo barato y banal. Es una decisión y una responsabilidad enteramente suya".

La vivienda se convierte en un "do it yourself" a un coste mucho más que asequible, introduciendo, además, el valor de la propiedad. Es decir, que ofrecen una vivienda en propiedad, con la responsabilidad y el cariño que eso conlleva, a un precio mucho menor del habitual e incluso sensiblemente inferior al de los alquileres. Piensen en la disrupción económica y también psicológica que supone dar acceso a la propiedad en un país como Holanda, donde ese mercado es prohibitivo y, por tanto, el alquiler forma parte de la cultura nacional.

Quizá tras el fin de la crisis, las cosas vuelvan al terrorismo ladrillista que asoló el mundo hace quince años pero, a lo mejor, con la concesión del EU Mies Award, este modelo se repita y sirva para proporcionar acceso a la vivienda a mucha gente que se endeudaría para el resto de su vida, cuando no permanecería fuera de él. Tal vez, la mejor manera de evitar futuras catástrofes económicas sea pensar fuera del mecanismo económico que nos las trajo.

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