
Reino Unido y la Unión Europea inician hoy la última ronda de negociaciones de la salida británica antes de que el Consejo decida si ha habido avances suficientes para pasar a la siguiente fase, la del análisis del nuevo encaje comercial. De no producirse el "milagro" que Jean-Claude Juncker invocaba tras la tanda más reciente, el proceso se retrasará, como mínimo, hasta final de año, un desenlace que, en circunstancias normales, preocuparía a un país al que se le acaba el tiempo para evitar un divorcio caótico.
En la era del Brexit, sin embargo, nada es ordinario al norte del Canal de la Mancha. El desasosiego por su futura relación con el mayor bloque comercial del mundo semeja la menor de sus inquietudes, cuando el partido en el poder ignora quién estará en el Número 10 antes de que acabe 2017.
Tras un aciago congreso anual que certificó la desilusión imperante en una formación dividida en prácticamente todo, excepto el instinto de supervivencia, los conservadores asumen que Theresa May es un cadáver político, pero también que, en la actualidad, no hay relevo natural que justifique el magnicidio.
El caos en Reino Unido intranquiliza en Bruselas, donde la falta de claridad por parte de su interlocutor en las conversaciones de ruptura estaba ya agotando la paciencia de una cúpula comunitaria que, cada vez más, siente tener menos tiempo y ganas de enrocarse con el Brexit.
El problema añadido de un gobierno fraccionado y, especialmente, de una mandataria sin autoridad amenaza con hacer descarrillar un proceso que, si bien tendría consecuencias más perniciosas para Londres, infligiría un importante daño para una UE en la encrucijada.
Su negociador jefe ha preparado el terreno ante la cumbre del 19 y 20 de octubre. Michel Barnier ha rebajado expectativas, dada la ausencia de progresos hasta ahora, lo que limitaría letalmente el período para acordar el acoplamiento de la segunda economía del continente con los que en marzo de 2019 pasarán a ser sus ex socios.
Aunque el Ejecutivo británico reconoce ya oficialmente la necesidad de una transición una vez completada la ruptura, el evidente estancamiento transcurridos seis meses desde la activación formal del Brexit y cuatro tandas de reuniones no invita al optimismo.
La principal imputación de la UE a Londres es la indeterminación, especialmente en lo que se refiere al saldo de los compromisos financieros adquiridos. La imprecisión británica, con todo, no es producto de la testarudez política, ni de una estrategia calculada, sino el resultado de las divergencias de un gabinete que no solo no está de acuerdo sobre el futuro, sino que discrepa en el presente en aspectos tan básicos como cuándo conviene deshacerse de May.
De momento, el motín interno parece haber sido contenido, pero los tories se han convertido en una bomba de relojería cuya detonación podría producirse en cualquier momento, mutilando la estabilidad del Ejecutivo y llevándose por delante misiones clave como la completación del divorcio con éxito. Estos riesgos son, precisamente, los que están evitando la explosión, pero las grietas son tan profundas que podrían provocar una peligrosa fuga antes de Navidad.
La misma May es sabedora de que su principal arma es, precisamente, la vulnerabilidad de su propio gabinete y la amenaza de que los conservadores queden retratados como una formación obsesionada consigo misma, cuando el país demanda acción para evitar una salida caótica. De ahí que ningún ministro se haya atrevido a blandir el cuchillo, incluso pese a los dardos envenenados lanzados por sospechosos habituales como Boris Johnson.
La desafortunada intervención de la primera ministra en la clausura de la reunión anual el pasado miércoles acució maquinaciones sucesorias que, hasta entonces, eran poco más que conversaciones de pasillo entre diputados. Downing Street, no obstante, logró detener un complot que, según su promotor, un ex presidente del partido, contaba ya con el respaldo de 30 parlamentarios.
Los movimientos en la sombra, aún y así, habrían llegado hasta las altas esferas y, de acuerdo con el Sunday Times, hasta tres ministros habrían maquinado una jornada después del infausto discurso de May para intentar forzarla a abandonar la residencia oficial. Sus nefastos últimos meses, con todo, no la han desanimado y ayer mismo, en una entrevista con la misma publicación, reivindicaba que no era "de las que se esconde de los desafíos". Su reto más inmediato es detener la sangría de su autoridad, para lo que podría estar preparando una remodelación, una vez pasado el clave Consejo de este mes.