
Theresa May exprime el reinicio del curso político para intentar afianzar un liderazgo severamente afectado por el batacazo electoral de junio y la indeterminación ante el divorcio comunitario. La tarea, complicada de por sí, adquiere un estatus letal ante la perspectiva del todo o nada que se juega en las próximas semanas con la concreción de su plan para la salida de la Unión Europea.
Tras catorce meses en una huida hacia adelante, la primera ministra británica debe desvelar al fin qué significa Brexit, una revelación que polarizará su mandato y determinará no solo su suerte, sino la sostenibilidad de la segunda economía del continente.
May es consciente no solo de la imposibilidad de contentar a los personajes clave de la saga, sino de que su posicionamiento generará un terremoto. La duda es dónde habitará el epicentro, si en Bruselas o en Londres: aceptar las exigencias de la UE le granjearía la ira de un volumen importante de su grupo parlamentario, un lujo excesivo dada su minoría en Westminster; mientras que la reivindicación del orgullo nacional complicaría una ya estancada negociación hasta niveles potencialmente irreversibles.
Sin embargo, como Michel Barnier no pierde ocasión de recordar a los británicos en cada una de sus intervenciones, el tiempo corre y lo hace en contra de quien ha decidido romper con el bloque. Las conversaciones iniciadas formalmente en junio no han arrojado progreso destacable alguno y la posibilidad de pasar en otoño a la crucial segunda fase, la del análisis de la futura relación comercial, parece cada vez más improbable.
En este contexto, Reino Unido tiene apenas un año para completar el proceso, un margen virtualmente insuficiente, a la vista de los avances recabados hasta ahora. Como consecuencia, los escenarios que se abren son inquietantes: dejar el club al que se había unido en 1973 sin acuerdo en absoluto, materializando así el temido precipicio; o bien admitir lo que a Bruselas se le antoje demandar, en base al entendimiento mutuo de que, aunque los daños serían para todos, la peor parte sería para el que abandona.
De ahí que uno de los motivos fundamentales de la indeterminación británica proceda, precisamente, de la asunción del Gobierno de que concretar sus aspiraciones le costará caro en casa. El propio Barnier defendía recientemente la necesidad de "educar" a Londres acerca de las implicaciones de salir de la UE, pero la responsabilidad principal de cualquier reacción negativa recae sustancialmente sobre una premier que, a su llegada a Downing Street, aceptó la arriesgada apuesta de hacer suya la retórica del frente eurófobo.
Asumir los postulados de quienes habían hecho campaña por la ruptura tenía sentido inicialmente, dado que May había militado en el bando contrario, pero a medio y largo plazo la estrategia ha resultado contraproducente, puesto que la maniata en casa y limita dolorosamente su margen de maniobra en Bruselas. Por ello, sus movimientos en las próximas semanas serán clave para reforzar un mandato amenazado por la asfixia parlamentaria y para reencauzar la negociación de salida.
Retos de May
Su primera gran prueba de fuego será el discurso de alto nivel en materia de Brexit previsto este mes, con el que corre el riesgo de reavivar las tensiones internas. Según dejó caer el negociador jefe de la Eurocámara, Guy Verhofstadt, será el día 21, razón por la cual la contraparte británica habría planteado a la comunitaria retrasar la ronda de septiembre.
No en vano, se espera que la intervención aporte claridad acerca de qué espera para la futura relación, así como datos sobre qué modelo de transición está preparada para admitir e, incluso, pistas sobre la factura a la que estaría dispuesta, descartados, a priori, los 50.000 millones que, de acuerdo con el Sunday Times, habría pactado ya en secreto.
La recepción que obtenga marcará el segundo gran reto de May: el congreso anual conservador, donde debe demostrar que cuenta con la autoridad para seguir al frente de un partido al que nunca le ha temblado el pulso al cometer un magnicidio. Recientemente, la mandataria manifestaba su intención de continuar más allá del Brexit e, incluso, de concurrir como cabeza de cartel en las próximas generales de 2022, una necesidad retórica, para proteger su posición, más que una voluntad certera.
La temperatura de la reunión de octubre marcará su tercera gran apuesta: una profunda remodelación de Gobierno que le permita demostrar quién manda. El fiasco electoral impidió acometerla en junio, pero su entorno cree que haber resistido el golpe y la falta de un motín interno cuando estaba más vulnerable evidencia que, por ahora, su liderazgo no tiene alternativa.