Economía

Brexit: la división interna en Reino Unido sorprende a Bruselas y aleja el acuerdo

  • Las reivindicaciones de Londres parecen cada vez más vacías de contenido

El Gobierno británico mantiene todas las incógnitas en materia de salida de la Unión Europea, a pesar de que la indefinición ya endémica que ha decidido adoptar aleja las posibilidades de negociar en otoño el objetivo que más le interesa, el de su futuro encaje con el bloque comercial más grande del mundo. Reino Unido debate su futuro modelo de inmigración con todas las incógnitas abiertas.

Los esfuerzos del ministro del Tesoro por convencer de la urgencia de priorizar la economía han permitido, al menos, generar una hasta ahora aparentemente imposible connivencia en términos de transición, una vez completada la ruptura. Las diferencias continúan y amenazan con bloquear el proceso.

Bruselas ha asumido ya que, de mantener Reino Unido la indeterminación con la que concurrió este mes a la primera ronda de conversaciones, las esperanzas de abordar en otoño el pacto comercial se desvanecen. El escepticismo del negociador jefe, Michel Barnier, quedó de manifiesto en sus reuniones de la semana pasada para dar cuenta a las diversas instancias comunitarias del arranque del proceso en la práctica.

¿Estrategia o división real?

Barnier cree que la falta de claridad por parte de una delegación británica cuya preparación del encuentro fue cuanto menos decepcionante complica el entendimiento. Aunque la maniobra de distracción de Londres tiene un carácter estratégico, fundamentado en el interés por guardarse en la manga ases clave, el resultado muestra un Gobierno sin hoja de ruta para el divorcio y, lo que es peor, sin cohesión interna para afrontarlo.

La decisión final compete al Consejo Europeo, que deberá decidir a final de octubre si ha habido el progreso suficiente en materia de ciudadanía, de factura por la ruptura y de la frontera con Irlanda para pasar a la siguiente fase. Visto el actual panorama resulta difícil vislumbrar avances suficientes para permitir a las partes analizar la nueva relación, lo que dejaría el proceso en una situación delicada, con todo por pactar y con la cuenta atrás cada vez más en contra de los intereses de quien decidió abandonar.

No en vano, la paradoja es que es Reino Unido quien aparenta ser menos consciente de que un descarrilamiento de las negociaciones lo dejaría en la posición más vulnerable. Su mantra continúa defendiendo el deseo de construir una "relación profunda y especial" con sus futuros exsocios, pero sus reivindicaciones aparecen cada vez más vacías de contenido.

Los interrogantes son de raíz, puesto que el Gobierno británico no ha aclarado ni en casa, ni en Bruselas, cuáles serían los cimientos del nuevo vínculo, y su insistencia en perpetuar las dudas no hace más que exasperar a unas autoridades comunitarias, poniendo al límite su paciencia. La UE lo ha dejado claro: Londres no ha presentado siquiera documentos parejos a los preparados por sus funcionarios y mientras continúa la carrera contrarreloj para concretar postulados, las opciones se hunden tanto para un acuerdo básico en octubre, como para uno general a tiempo para el límite marcado para las conversaciones, a priori otoño de 2018.

May vende optimismo

Oficialmente, el Ejecutivo de Theresa May vende optimismo y defiende que ha habido "un gran progreso en diferentes ámbitos". Su justificación de la falta de preparación que le imputa la UE, es más, se fundamenta en la tolerancia: no considera necesario equiparar los análisis pormenorizados del bloque, puesto que afrontar las conversaciones sin anatemas le permite una mayor flexibilidad.

El problema es que no solo arriesga irritar a los interlocutores de quienes aspira a obtener un amplio margen de maniobra, sino, sobre todo, que irónicamente es el propio Gobierno el que menos maleabilidad presenta ante el proceso. Las heridas nunca cicatrizadas que Europa había generado en los conservadores británicos se reabrieron desde el referéndum que David Cameron convocó, contradictoriamente, para suturar la brecha interna.

La tradicional fragmentación ha empeorado como consecuencia de unas generales que han dejado al partido tocado y a la primera ministra hundida, lo que ha provocado el caldo de cultivo para la proliferación de frentes divididos en el grado de dureza que están dispuestos a admitir para el Brexit. La discordia, por si fuera poco, se ha visto favorecida por una batalla de egos que tiene en el liderazgo tory el objetivo final, una vez se considere el magnicidio político de Theresa May.

En este sentido, aunque el titular del Tesoro se ha ganado un punto con la aceptación general de la inevitabilidad de acuerdos de transición, la aparente victoria supone una mera compra de tiempo. Las desavenencias son estructurales y es difícil anticipar que sectores tan encontrados logren una entente cordiale una vez a Reino Unido le toque dejar atrás los arreglos temporales y tenga que decidir su futuro cuando haya abandonado el club de Europa en el que había entrado en el año 1973.

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