
No sé si les habrá pasado alguna vez a ustedes eso de que una tarde, mientras se sientan frente al aire acondicionado para aguantar el calor, porque la leche el calor que hace, se les ha ocurrido una idea estupenda y descubren al poco que ese artilugio que habían imaginado resulta que ya está inventado. Qué se yo, un palo con un trapo atado al final para limpiar el suelo o un compresor de condensación para enfriar el aire. Le pasa a todo el mundo; el escritor americano William Gibson cuenta que acababa de terminar el último capítulo de "Neuromante" y, para celebrarlo, se fue a ver una película que acababan de estrenar.
La peli en cuestión era "Blade Runner" y el pobre Gibson salió del cine bien compungido porque pensaba que la gente iba a dar por hecho que había plagiado el universo visual del filme de Ridley Scott. En realidad no pasó tal cosa sino que la novela se convirtió en un éxito sin precedentes e inauguró un género literario, el cyberpunk.
Este tipo de coincidencias en las que el mundo parece pensar de manera simultánea se suelen llamar serendipias aunque su verdadero significado no es exactamente ese. Todo este rollo viene a cuento de que, a mediados de marzo hablamos en esta misma web de la nueva sede de Google en California y, hace apenas quince días, contamos cómo los nuevos edificios de Londres se están proyectando sin apenas plazas de aparcamiento para disuadir a los londinenses del uso del coche privado en el centro de la ciudad.
Pues resulta que en una de estas mal llamadas serendipias, el pasado 30 de mayo (hace nueve días), Google presentó el proyecto de su nueva sede en la capital británica y el edificio contará con tan solo 4 plazas de garaje para 4000 empleados.
Como ya adelantamos, la nueva sede del gigante tecnológico no quiere saber nada de coches pero, en cambio, tendrá 680 plazas de aparcamiento para bici y, al estar enclavada junto a King's Cross, apuesta decididamente por el transporte colectivo. De alguna forma, el edificio de Google en Londres lleva al extremo la actitud arquitectónica que ya aparece, entre otros, en el "Shard" y que, o mucho me equivoco, o acabará imponiéndose en todas las grandes ciudades del mundo. Es decir, que por mucho que, en sus delirios, Donald Trump crea que el cambio climático es una mandanga, lo mejor es que nos pongamos manos a la obra con la reducción de emisiones o nos vamos a ir todos por el retrete. Por no hablar de las ventajas que una ciudad descongestionada tiene no solo para nuestra salud cardiopulmonar, sino también para nuestro equilibrio psiquiátrico.
Pero, al margen de esta decisión casi política, ¿cómo es el edificio? Pues lo primero que cabría decir es que se parece a la sede central en California como un huevo a un castañar extremeño. Lo cual es, en realidad, un elogio a sus arquitectos, porque BIG y Heatherwick son los mismos que firman el proyecto californiano.
Y esto es un elogio porque el edificio estadounidense arroja más de una duda y más de una sombra, y también porque cuando los proyectos de un arquitecto se parecen demasiado entre sí, cuando se dice que tiene "un estilo inconfundible", lo más probable es que dicho arquitecto no preste la mínima atención a las condiciones del entorno donde va a levantar su obra y lo único que le preocupe sea colocar allí su artefacto, con resultados habitualmente entre lo insatisfactorio y lo absurdo. Véase como prueba A de la acusación a nuestro nunca bien ponderado Santiago Calatrava.
Contra todo pronóstico, la nueva sede de Google en Londres es un edificio sensato. Nada más, pero definitivamente nada menos. Digo "contra todo pronóstico" porque tanto Bjarke Ingels como Thomas Heatherwick son bastante amigos de la rimbombancia y la arquitectura-espectáculo. Sí, dicen que su propuesta es un "landscraper" dando a entender que es un rascacielos tumbado, pero en realidad no es más que una gran pastilla longitudinal de once plantas con una buena distribución de espacios y una gran cubierta ajardinada que permitirá contemplar las vistas de casi toda la capital del Reino Unido.
Aunque la obra tenga más de 80.000 metros cuadrados y cuente con pista de atletismo de 200 metros, una piscina de tres calles, gimnasio, canchas de baloncesto, bádminton y fútbol sala, se diría que la propuesta es poca cosa. No hay volúmenes intrincados ni estructuras desafiantes ni materiales nunca vistos. De hecho, la silueta escalonada tiene una cierta similitud con el parisino Centro Popidou y la fachada de grandes lamas de hormigón se parece a los brise-soleil de Le Corbusier e incluso al estupendo edificio Beatriz que Eleuterio Población levantó en Madrid en los años 70. Es decir, que las referencias tienen más que ver con la gran arquitectura del siglo XX que con una búsqueda de la innovación por encima de todo.
No sabemos si, tal y como hizo Facebook con Gehry, esta apuesta por la discreción viene de parte del cliente y Google ha renunciado conscientemente a uno de los elementos más significantes de la arquitectura corporativa, esto es, la imagen de su edificio, en favor de la calidad espacial y funcional para beneficio de sus trabajadores; si es una decisión meditada por unos arquitectos mejores que lo que muchos creíamos; o si es algún tipo de nueva tendencia que acabará de una vez por todas con la estrellitis que ha dominado gran parte de la profesión en las últimas décadas. Sea como fuere, y a la espera de que el edificio comience su construcción en 2018, por lo que a mí concierne, bienvenido sea.