
Pendientes del recuento definitivo los británicos ya han decidido con sus votos quién asumirá el pilotaje de la salida de la Unión Europea, pero siguen sin saber qué les deparará un proceso sin precedentes en la historia del proyecto comunitario y del que conservadores y laboristas se han esforzado en transmitir la menor concreción posible en las últimas siete semanas.
A la espera de que la apuesta de Theresa May por el adelanto de las generales confirmen su permanencia en el Número 10, anticipada por la totalidad de las encuestas a pesar de una campaña que la ha dejado debilitada, el combate para Reino Unido empieza ahora, cuando la conexión entre Londres y Bruselas se convierta en la ruta más transitada por la maquinaria institucional británica para garantizar una ruptura digna en los apenas 16 meses que tiene para negociar.
Tras la activación formal de la cuenta atrás de dos años en marzo, las generales de Reino Unido constituyen el segundo gran hito de la travesía de salida, puesto que permite al nuevo Gobierno reivindicar que cuenta con la legitimidad de las urnas para la ardua misión. El problema es que ninguno de los aspirantes a formarlo ha querido saldar las incógnitas fundamentales, como a qué tipo de acceso al mercado común aspiran, habida cuenta que los dos únicos con posibilidades de tocar poder asumían la necesidad de abandonarlo, dadas las imposiciones en materia de movimiento de personas, o qué factura están dispuestos a asumir tras su abandono.
La gran ironía de los comicios de ayer es que una convocatoria justificada exclusivamente en clave de Brexit convirtió al divorcio en un misterio, más allá del consenso sobre que es irreversible. De ahí que el reparto de poderes que ha dejado la cita, a favor de los tories de acuerdo con las encuestas a pie de urna, determinarán la forma y el fondo de una ruptura a la que Reino Unido concurre con todos los enigmas por despejar.
Mientras la UE espera, la nueva administración cuenta con apenas diez días para hacer los deberes para enfrentarse a un bloque que se ha preparado oficiosamente desde que el referéndum del pasado año certificó la primera escisión en sus sesenta años. Más allá de la voluntad de May de abandonar el mercado común, la unión de aduanas y la jurisprudencia comunitaria, rompecabezas como la resolución del estatus de los ciudadanos, la respuesta a la nueva frontera con Irlanda y, sobre todo, la factura llegaron hasta los colegios electorales.
Inicio de la negociación
Una de las mercancías clave para la negociación será el manejo de los tiempos. Bruselas solo quiere hablar del nuevo encaje comercial una vez saldado el divorcio, frente al deseo británico de afrontarlos en paralelo, por lo que, independientemente del respaldo parlamentario que, para presionar, recabe quien resida en Downing Street, el proceso se enfrenta de partida a una desavenencia metodológica ante la que Londres poco puede hacer.
Su pretensión vulnera el espíritu del artículo 50 del Tratado de Lisboa, que en sus apenas 252 palabras especifica que se trata de dos momentos diferentes, por lo que la UE tan solo tendría que remitirse a la ley para descartar la demanda británica. De ahí las contradicciones de que la cita de ayer se jugase a la indeterminación de la carta del Brexit, sobre todo por parte quien había cedido a la tentación del adelanto electoral para ampliar su margen de maniobra en casa antes de enfrentarse a Bruselas.
Con su apuesta, May se expuso al veredicto de las urnas: cualquier resultado ajeno a una notable ampliación de su hegemonía parlamentaria de 17 sabría a derrota. En consecuencia, frente a un Jeremy Corbyn cuyo objetivo no era ganar sino evitar la humillación y consolidar el giro a la izquierda del laborismo, a May no le servía solo la victoria, sino que necesitaba una contundente victoria para evitar debilitar su posición ante una UE, cuyo envite amenazaba con reabrir las heridas todavía sin cicatrizar del plebiscito del pasado año.