Economía

May arremete contra la UE para incentivar el voto 'tory' en junio

  • La primera ministra cambia de estrategia para consolidar su imagen
Theresa May, primera ministra británica.

Theresa May afronta la cuenta atrás para las generales en pie de guerra. Su apuesta por el adelanto electoral que había descartado reiteradamente desde su traslado a Downing Street en julio deja la negociación del Brexit expuesta al arbitrio de las urnas, pero el enemigo a batir para la primera ministra es la complacencia.

Pese al descrédito sufrido por la demoscopia desde que David Cameron lograse en 2015 una hegemonía con la que ni él mismo contaba, la avasalladora victoria prevista por la totalidad de las encuestas indica que la votación está vista para sentencia, por lo que los conservadores han emprendido un arriesgado giro retórico para convertir a Bruselas en un elemento más de la batalla doméstica que se juega el 8 de junio.

La táctica quedó de manifiesto tan pronto como la legislatura más breve en cuatro décadas llegó a su fin. Revestida del halo institucional que confiere el escenario del Número 10, May compareció la semana pasada tras la disolución del Parlamento para culpar a la Unión Europea de intentar influir sobre los comicios. Su acusación no es gratuita, puesto que la ambición fundamental que subyace en el adelanto es, precisamente, la meta de ampliar su margen de maniobra para negociar el divorcio en libertad.

Un 'modelo' de país

De ahí que su apelación al voto se base menos en la dicotomía tradicional entre elegir papeleta conservadora, o decantarse por el Laborismo. Para May, lo que se decide en junio es una apuesta de país, quién aglutinará el poder para defender los intereses británicos ante Bruselas, y no si un primer ministro tory continúa en la residencia oficial. La jugada es astuta y, aunque entraña riesgos, aspira a desvestir a sus oponentes de cualquier fulgor gubernamental y reducir la partida a una diatriba entre el reiterado "liderazgo fuerte y estable" de May y lo que los estrategas conservadores han acuñado como "la coalición del caos".

En una era de profunda incertidumbre como la inaugurado el 29 de marzo con la activación formal del Brexit, lo que menos necesita Reino Unido es incrementar su exposición a potenciales terremotos, por lo que la premier ha hecho de la necesidad virtud y, pese a ser la responsable exclusiva de la convocatoria electoral, la ha aprovechado para erigirse en garantía de estabilidad.

Su osado movimiento, con todo, se ha visto notablemente ayudado por el desprestigio del único rival con potencial real de disputarle las llaves de Downing Street, Jeremy Corbyn, puesto que, a diferencia de la tendencia apuntada ya en Francia, Reino Unido continúa estancado en un modelo bipartidista.

El líder del Laborismo no cuenta siquiera con el aprecio de un notable porcentaje de su propio partido, por lo que la tarea de ganarse el favor de la mayoría del electorado parece estar fuera de sus posibilidades. La duda fundamental sobre su futuro no es si está ligado al Número 10, sino si el próximo 9 de junio podrá continuar al frente de la oposición, sobre todo dada la magnitud de la derrota que anticipan las encuestas, sin precedentes para la formación desde los oscuros años 80 en los que la apisonadora de Margaret Thatcher había obligado a una profunda reformulación ideológica.

Su infortunio tiene su reverso en una Theresa May que el mes que viene tiene como reto asegurar que los sondeos no desincentivan la participación al punto de arriesgar la incontestable hegemonía que aspira a recabar. Esta consciencia es, precisamente, la responsable del golpe estratégico que la ha llevado a retratar a Bruselas como su antagonista ante una sociedad que, hace un año, había votado por abolir la autoridad comunitaria de los dominios británicos.

'Impopular' Unión Europea

La primera ministra conoce la impopularidad que la UE sigue generando al norte del Canal de la Mancha y, sobre todo, sabe que, políticamente, la táctica del victimismo y la reivindicación de la soberanía no es algo que haga daño en las urnas. Por ello, su ataque directo y frontal a la maquinaria europea está dirigido más hacia la audiencia doméstica, que para intentar influir sobre una negociación que no estará a pleno pulmón hasta que la contienda del 8 de junio haya quedado resuelta.

El problema es que la argucia, aunque probablemente exitosa en clave electoral, podría acabar resultando contraproducente para una mandataria que no tiene más remedio que alcanzar puntos de encuentro con sus todavía socios continentales. Si bien la confrontación no beneficia a ninguna de las partes, Reino Unido se juega mucho más que los Veintisiete en un escenario de desacuerdo, a pesar de que Theresa May parezca ignorarlo, según Jean-Claude Juncker, quien cree que la primera ministra vive "en otra galaxia".

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