
Será un aniversario con poco que celebrar. El próximo mes, la UE soplará las 60 velas de su tratado fundacional, el Tratado de Roma. Pero el cumpleaños llega justo en un momento en el que los socios europeos se encuentran divididos de puertas adentro, y aislados de puertas afuera.
Tanto es así que, presionados por la magnitud de los desafíos externos, amplificados por la falta del pilar transatlántico tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la familia europea por fin se empieza a resignar a la idea de la Europa de varias velocidades como única manera para mantener la relevancia del proyecto comunitario? entre aquellos que aún lo reciben con agrado.
Tras el respaldo de los británicos a su salida de la UE el pasado junio, los 27 socios restantes lanzaron en septiembre en la cumbre de Bratislava un proceso para cuajar una nueva visión para el futuro de la UE. La cumbre celebrada el pasado viernes en La Valeta (Malta) se esperaba como una destacada estación de paso, con el objetivo de culminar en Roma en marzo con una declaración sobre la Europa que quieren sus miembros para los años venideros.
"Malta será importante para guiar la discusión sobre el futuro de Europa, y saber lo que los líderes quieren", explicaba una fuente europea en la víspera del encuentro en la pequeña isla-Estado que ostenta la presidencia rotatoria de la UE.
Pero lo único que quedó claro tras la discusión que tuvieron los jefes de los Ejecutivos sobre este asunto en la tarde del viernes es que la única manera para continuar con la construcción del proyecto comunitario es aceptar que algunos se van a quedar atrás. Porque, como explican varias fuentes europeas y nacionales consultadas por ElEconomista, no existe unidad en torno a la nueva visión para Europa, ni siquiera en torno al procedimiento.
Las discrepancias que han aflorado en las reuniones preparatorias entre los enviados de los Gobiernos nacionales, la última el pasado lunes, son tales que, según confiesa una fuente comunitaria, ya no se espera que Roma sea el momento en el que culminar el periodo de puesta a punto del motor de la integración, sino más bien el punto de arranque de un nuevo proceso de reflexión que seguramente no tendrá resultados visibles hasta que no pasen las elecciones alemanas en septiembre.
Las dificultades que encuentran las capitales para converger son de tal calibre que no se espera que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, presente una visión consolidada en el largamente prologado documento ('libro blanco') sobre el futuro de Europa que presentará a mediados del próximo mes, tras la cumbre de primavera (9-10 marzo) y en vísperas de la cita de Roma (25 de marzo). Según explican fuentes próximas a Juncker, presentará más bien los diversos escenarios posibles para que el proyecto continúe avanzando.
La apuesta de integración
Y el escenario central que está ganando fuerza, sobre todo tras el encuentro del pasado viernes, es una Europa a varias velocidades. Según este plan, los socios de la eurozona formarían la vanguardia, continuando la profundización de la unión económica y monetaria. Sin embargo, la construcción de una unión fiscal continuará encontrando en Alemania un obstáculo importante, a menos hasta que Bruselas no obtenga más poderes para controlar las economías y los presupuestos nacionales. Más sencillo resultaría avanzar en la cooperación en seguridad y defensa, frentes en los que se han acelerado los trabajos tras la salida del Reino Unido de la UE.
Los países del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo), la mitad de los socios fundadores de la UE, han intentado tomar la iniciativa favoreciendo las varias velocidades. Para ello presentaron un documento conjunto en la cumbre de La Valeta en el que argumentaron que "diferentes caminos de integración y de cooperación reforzada podría proveer las respuestas efectivas a los desafíos que afectan a los estados miembros de diferentes maneras". Estos tres países, junto a otros estados del Sur, como España, Portugal, Italia o Malta, apuestan por la integración.
La sorpresa ha sido Holanda. Como reconoció un diplomático de un socio del Benelux, los holandeses hasta hace muy poco eran partidarios de una visión más pragmática, dejando de lado "ideas románticas" sobre la construcción europea, según manifestó su primer ministro, Mark Rutte en el Foro de Davos.
Alemania y Francia, los motores del proyecto europeo, y ambos paralizados por sus elecciones de este año, no hacen ascos a esta idea. Sin embargo, en Berlín y en París se pone el acento en la unidad más que en la profundización, dado que Europa se está quedando sola en el mundo actual. El presidente francés, Francois Hollande, recordó a los periodistas el viernes que "Europa se construyó para ser más fuerte unida, y es esa regla, ese principio, el que nos debería guiar en marzo [en Roma]."
Según cuenta un diplomático alemán, "lo más importante para nosotros ahora mismo es mantener a todo el mundo unido, incluso si eso implica congelar el principio de 'una unión cada vez más estrecha'" incluido desde el Tratado de Roma, y que tantos sarpullidos provoca en los países del Este. Pero la búsqueda de unidad a cualquier precio no deja satisfecho al frente integrador.