
Theresa May intenta contener la avalancha generada por las declaraciones en las que parecía sugerir que Reino Unido se dirigía a un Brexit duro, es decir, la solución para el divorcio de la Unión Europea que le sacaría del mercado único. Después de que la libra cayera frente a euro y dólar a su menor nivel, respectivamente, desde noviembre y octubre del pasado año, la primera ministra británica atribuyó la errática tendencia monetaria a una mala interpretación de sus palabras por parte de la prensa.
Tras su primer gran discurso de 2017, May quiso aclarar una confusión que se eleva a las altas esferas de su propio Gobierno y rechazó "aceptar los términos de Brexit blando y Brexit duro". Una jornada después de que en una entrevista en televisión admitiese que Londres no podía "mantener partes" de su actual vinculación con Bruselas, el deseo del Ejecutivo británico, declaró, pasa por "conseguir el mejor acuerdo posible en relación a intercambios comerciales y operar en el marco del mercado único".
La clave de esta aspiración, para la que apeló a "ser ambiciosos", reside en la necesidad de articular una "nueva relación", puesto que ni Reino Unido será parte de la UE, ni el bloque ha experimentado nunca en su historia un divorcio como el que está a punto de afrontar con la segunda economía del continente. Como consecuencia, Reino Unido no tiene más remedio que "negociar una nueva relación en todas las esferas, no sólo la comercial".
Por ello, se mostró molesta con la tormenta desencadenada por la depreciación de la divisa británica y descartó tanto que los mercados no la entendiesen, como que ella no comprendiese la evolución de estos: "Lo que estoy tentada a decir es que quienes no lo entienden son aquellos que difunden que estoy hablando de un Brexit duro y que éste es absolutamente inevitable".
Su malestar resulta comprensible y May persiste en su estrategia de evitar concretar a qué fórmula aspira para el divorcio, pero fue precisamente su críptica aproximación a un debate que mantiene en vilo a todo el continente la responsable de alimentar las especulaciones y la doble interpretación de sus esporádicas interpretaciones.
Desde que se mudase a Downing Street hace seis meses, la premier ha capeado los interrogantes con consignas que, una vez agotadas, daban paso a un nuevo eslogan ideado para eludir pistas. Así, su inicial "Brexit significa Brexit" le permitió comprar tiempo en los primeros lances de su mandato, pero la exigencia de respuestas condujo a un nuevo lema que despejaba tantas dudas como el anterior: "Queremos un Brexit rojo, blanco y azul".
De ahí que el discurso "de perfil alto" anunciado para este mes sea esperado con anticipación tanto en los círculos políticos como en las esferas económicas, las más preocupadas por la fórmula que defina una salida que debería activarse oficialmente antes de marzo.