Economía

Revertir el 'Brexit'

¿Cómo debe responder la Unión Europea a la reñida victoria tomada por los votantes del Reino Unido? Los líderes europeos se centran, con toda la razón, en evitar que otros países abandonen la UE o el euro. El país cuya permanencia en el club es decisiva es Italia, que se enfrenta en octubre a un referéndum que podría allanar el camino al poder del movimiento antieuropeo 5 Estrellas.

El miedo al contagio en Europa está justificado porque el desenlace del referéndum del Brexit ha transformado la política de la fragmentación en la UE. Antes, a los defensores de la salida del euro o la UE se les ridiculizaba de fantasiosos o eran denunciados de fascistas (o ultra izquierdistas). Ya no.

El Brexit ha convertido la salida (de la UE o del euro) en una opción realista para cualquier país europeo. Una vez que Gran Bretaña lo notifique formalmente a la Unión (invocando el artículo 50 del Tratado de Lisboa), la opción entrará en el debate político general. Los estudios del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores han hallado 34 peticiones de referéndum anti-UE en 18 países. Aunque por separado solo gocen de un 5 por ciento de éxito, la probabilidad de que al menos uno surta efecto es del 83 por ciento.

¿Podrá volverse a meter en la lámpara el genio de la desintegración? La ruptura de la UE quizá resulte imparable cuando Gran Bretaña se vaya pero todavía no se ha invocado el artículo 50. Tal vez pueda sellarse la lámpara antes de que el genio se escape.

Por desgracia, Europa está recurriendo a las amenazas e incentivos erróneos para lograrlo. Francia exige a Gran Bretaña que acelere su salida. Alemania juega al "poli bueno" ofreciendo el acceso al mercado único, aunque solo a cambio de unas leyes de inmigración que Gran Bretaña no aceptará. Son precisamente los premios y castigos equivocados.

En lugar de acelerar el Brexit, los líderes de Europa deberían intentar evitarlo, convenciendo a los votantes británicos de que cambien de opinión. El objetivo no debe ser negociar los términos de la salida sino unos términos en los que la mayoría del electorado quiera permanecer.

Una estrategia europea para impedir el Brexit, en vez de ignorar a los votantes británicos, mostraría un respeto sincero hacia la democracia. La esencia de la política democrática es responder a la insatisfacción ciudadana con políticas e ideas, y después tratar de cambiar la postura de los votantes. Así se han revertido numerosos referéndums (en Francia, Irlanda, Dinamarca, Holanda, Italia y Grecia), incluso cuando se trataba de aspectos tan profundamente emocionales como el aborto o el divorcio.

Si los líderes europeos asumieran la misma postura hacia Gran Bretaña, tal vez les sorprendería una respuesta favorable. Muchos votantes del Leave ya se lo han pensado mejor y la postura negociadora intransigente de la primera ministra Theresa May acelerará paradójicamente este proceso porque los votantes ahora se enfrentan a una versión mucho más extrema del Brexit que la que les prometió la campaña del Leave.

May ha declarado rotundamente que el control de la inmigración es su prioridad absoluta y que Noruega o Suiza han dejado de ser modelos de la relación británica con la UE. Su nuevo ministerio del Brexit ha establecido como su principal objetivo el acceso sin aranceles a Europa y acuerdos de libre comercio con el resto del mundo. Eso implica abandonar los intereses de los servicios financieros y empresariales británicos, porque a los servicios no les afectan los aranceles y están excluidos de casi todos los acuerdos de libre comercio.

En consecuencia, el nuevo Gobierno pronto será políticamente vulnerable. De hecho, la mayoría del electorado no está de acuerdo con las prioridades de la negociación. Las encuestas posteriores al referéndum indican que los votantes dan prioridad al acceso al mercado único frente a las restricciones migratorias por un margen de 2 a 1 o más.

Por si eso fuera poco para May, su estrecha mayoría parlamentaria depende de sus rivales contrariados del Remain. Mientras la economía británica se hunde en una recesión, los acuerdos comerciales resultan ser ilusorios, y proliferan los obstáculos legales y constitucionales; a May le va a costar mantener la disciplina parlamentaria que necesita para ejecutar el Brexit.

La estrategia para evitar el Brexit tiene muchas posibilidades de éxito. La UE podría acelerar el proceso poniendo en evidencia a May por decir que Brexit es Brexit. A May habría que decirle que solo existen dos desenlaces: o Gran Bretaña pierde todo el acceso al mercado único e interactúa con Europa únicamente según las normas de la Organización Internacional del Comercio o continúa siendo miembro de la UE, tras negociar unas reformas que convenzan a los votantes de que reconsideren el Brexit en unas elecciones generales o un segundo referéndum.

Este planteamiento binario, siempre y cuando los líderes de la UE demuestren una flexibilidad verdadera en sus negociaciones de reforma, podría transformar la actitud del público en Gran Bretaña y por toda Europa. Imagine que la UE ofreciera unas reformas constructivas de la inmigración (por ejemplo, restaurar el control nacional de las prestaciones sociales a extranjeros y permitir un ?freno de emergencia? ante movimientos repentinos de población) a todos los miembros. Estas reformas demostrarían el respeto de la UE hacia la democracia británica y podrían cambiar el ritmo del populismo anti-UE en el norte de Europa.

La UE tiene una larga historia de adaptación en respuesta a las presiones políticas de estados miembros importantes. ¿Por qué no se está considerando esta estrategia para contrarrestar la amenaza existencial del Brexit?

La respuesta no tiene nada que ver con un supuesto respeto hacia la democracia. El voto del Brexit no es más irreversible que cualquier otra elección o referéndum, siempre que la UE esté dispuesta adoptar unas reformas modestas.

El verdadero obstáculo de la estrategia de persuadir a los británicos de que permanecen en la UE es la burocracia europea. La Comisión Europea, antigua fuente de creatividad visionaria de la Unión, se ha convertido en defensora fanática de las normas y reglamentos existentes, por muy irracionales o destructivos que sean, basándose en que cualquier concesión engendraría más demandas. Las concesiones a los votantes británicos en temas de inmigración exigirían cambios presupuestarios y los países fuera del euro demandarían el fin de su condición de segunda clase.

La Comisión tiene razón al creer que las demandas de reformas de la UE se extenderían mucho más allá de Gran Bretaña, pero ¿es ese un motivo para resistirse a cualquier cambio? Esa es la clase de rigidez que desintegró la Unión Soviética y casi destruye a la iglesia católica. Hará lo mismo con la UE si la burocracia sigue siendo incapaz de asumir reformas.

Ha llegado la hora de que los políticos europeos prevalezcan sobre los burócratas y recreen una UE flexible y democrática, capaz de responder a sus ciudadanos y adaptarse a un mundo cambiante. A casi todos los votantes británicos les gustaría permanecer en una Europa así.

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