Reino Unido está resuelto a inaugurar 2019 fuera de la Unión Europea. La demanda de respuestas provocada por el terremoto del Brexit ha comenzado a ser gestionada por el nuevo Gobierno de Theresa May, que con esta meta temporal cumpliría con el calendario avanzado inicialmente por la primera ministra.
Ya antes de mudarse a Downing Street, May había manifestado su interés por activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa a final de este año, para otorgar así margen para establecer los aspectos más delicados de la negociación antes de ponerla en práctica, desde la continuidad en el mercado común a qué política aplicar para los ciudadanos comunitarios.
Tras la purga ministerial de la semana pasada, el proceso ha sido asumido por el núcleo duro encargado de garantizar un divorcio beneficioso para un país que hoy destina la mitad de sus exportaciones a la UE. Frente al rol de representación atribuido al Ministerio de Exteriores, encabezado por un Boris Johnson cuyo nombramiento ha escocido en el continente, serán dos veteranos de la vieja guardia conservadora, el ya acuñado ministro del Brexit, David Davies; y el secretario de Comercio Internacional, Liam Fox; quienes desde sendos departamentos de nueva creación moverán los hilos de la ruptura.
Claves del gobierno
Davies y Fox han mostrado su condición de estrellas del nuevo gabinete al convertirse en los portavoces más esperados. Sus posicionamientos son analizados con lupa para descifrar las claves que marcarán la salida, por lo que han exprimido sus primeros días para lanzar el mensaje que les interesa cristalizar, basado en la dureza en materia de inmigración y el optimismo sobre la prosperidad que el nuevo estatus británico permitirá generar en concepto de acuerdos bilaterales. Ambos han sido los encargados de marcar el 1 de enero de 2019 como el desiderátum temporal, pero su premura podría colisionar con la cautela mostrada por May, quien se muestra reacia a poner en marcha el proceso hasta que haya un acuerdo con Escocia.
No en vano, la primera ministra ejecutó toda una declaración de intenciones al apostar para su primera visita por Edimburgo, donde el Ejecutivo nacionalista agita abiertamente la alerta de un segundo referéndum de independencia como agravio por la imposición del resto de Reino Unido de abandonar la UE. Aunque May ha descartado la posibilidad de acometerlo, intenta mantener una actitud conciliadora que podría colisionar con la diligencia evidenciada ya por Davies y Fox.
Su discurso de hechos consumados ha molestado al Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), por lo que su líder y ministra principal, Nicola Sturgeon, mantenía ayer mismo que podría haber una segunda consulta tan pronto como el próximo año si Londres decide avanzar sin la connivencia de un territorio en el que uno de los factores que había pesado para el rechazo a la independencia en el referéndum de 2014 había sido, precisamente, la amenaza de que romper con Reino Unido los pondría a la cola de aspirantes a entrar en la UE.
La última palabra, en cualquier caso, la tendrá una primera ministra de quien se dice que su fijación por el control que con la obsesión. Su ascenso al Número 10, no obstante, la obligará irremediablemente a delegar y, además, es difícil que dos viejos zorros como los nombrados para dirigir el proceso cedan terreno.
Por lo de pronto, Fox ha iniciado ya los contactos para asegurar acuerdos comerciales a tiempo para 2019 y a los signos positivos que dice haber recabado ya de Australia y Canadá se suma la visita que prevé a final de mes a Estados Unidos para aplacar la advertencia de Barack Obama de que Londres pasaría al final de la fila si consumaba la ruptura. De momento, ya está en conversaciones con doce países. El ministro del Brexit, mientras, ha avanzado ya potenciales restricciones para los ciudadanos comunitarios que se muden a Reino Unido antes de la materialización definitiva de la salida.