
La inquietud sacude las cancillerías de la UE a propósito del resultado del referéndum británico. Es obvio que los partidarios del Brexit lo son por varias, y hasta contradictorias, motivaciones: rechazo a los inmigrantes, posiciones residuales del "espléndido aislamiento" victoriano, y también de manera mayoritaria por razones de la política social inherente a la actual concepción de la UE, aunque no esté en la eurozona.
Cada vez que aparece una situación que amenaza con romper el precario equilibrio sobre el que se ha construido la UE, aparecen discursos bienintencionados que saludan la oportunidad para corregir el rumbo y situar el proyecto en otras coordenadas más lógicas y coherentes con el proyecto europeo de los años setenta.
Tales propuestas pivotan en torno a tres objetivos: la unidad económica y social, la fiscal y la eliminación de los paraísos fiscales que, por cierto, muchos de ellos están en territorio británico. La idea es buena, pero tardía.
La UE es incapaz de retrotraerse al momento en que dichas y necesarias condiciones para una unidad efectiva fueron notablemente postergadas. Después de 1993, se vio engrosada por los antiguos países del área soviética por imposición de los EEUU que buscaba, y busca, impedir lo que en geopolítica se llama el "corazón continental", es decir, la posibilidad de una entente entre Alemania y Rusia en el ámbito de una UE desde el Atlántico hasta los Urales. Idea que en su momento tuvo predicamento.
Por otra parte, Gran Bretaña ha sido siempre la quinta columna que EEUU ha tenido en Europa. Abandonar la UE es perder un aliado infiltrado en el territorio europeo. Y ello preocupa, paradójicamente, a quienes han abandonado, desde hace más dos décadas, la idea de una Europa unida, económica, social y militarmente.
Por eso, las propuestas de volver a reiniciar un camino que se abandonó exprofeso a causa de la concepción unipolar del mundo de Bush, y que también le ha venido a Alemania, es caer en la melancolía.