
Si en las elecciones del 20 de diciembre fue "todos contra Mariano Rajoy", en las del 26 de junio será "todos contra todos". Como en la película de Joseph Pevney, ha sonado Zafarrancho de combate (1956). La campaña electoral, que oficialmente comienza el lunes, se presenta muy bronca, lo que contribuye a ahondar en el peligroso desapego político.
Esta extraordinaria virulencia, que se puede observar en hombres tan aparentemente moderados como Pedro Sánchez o Albert Rivera, se debe al empate que existe entre el bloque de centro-izquierda y el de centro-derecha. El promedio de encuestas publicadas hasta ahora indica que la suma entre Unidos Podemos y el PSOE obtendría el 44,7% de los votos frente al 44,5% que suman PP y Ciudadanos.
Dichos porcentajes traducidos en escaños supone que en menos de dos meses puede haber un Gobierno de izquierdas que podría ser presidido por Pablo Iglesias o por Pedro Sánchez. Así de sencillo y brutal. Las cifras no engañan, se tome la encuesta que se tome, incluida la del CIS, indican que Mariano Rajoy no podrá formar Gobierno se mire por donde se mire. De hecho, el Ejecutivo en funciones ya lo ha empezado a descontar.
El PP solo podría seguir gobernando con la anuencia del PSOE. Una coalición con Ciudadanos no es suficiente, y los socialistas no van a facilitar que los populares sigan en el Gobierno. Hacer otra cosa distinta sería tanto como romper al PSOE por la mitad y dar a Pablo Iglesias el monopolio de la izquierda. Para la mayoría de los españoles, hoy por hoy un gobierno del PSOE y Unidos Podemos es el que mejor afrontaría la recuperación económica; el que mejor lucharía contra las desigualdades; el más eficaz en la erradicación de la corrupción; y sobre todo sería el que está en mejores condiciones de abordar la regeneración democrática y afrontar el desafío del independentismo catalán.
Los últimos sondeos indican que el bloque de izquierdas está cerca de conseguir los 176 escaños que le den la mayoría absoluta. En cualquier caso, si necesitase una tercera fuerza la encontraría sin demasiados problemas entre los nacionalistas catalanes. De ahí el giro copernicano dado por Pedro Sánchez.