Economía

Hollande pugna por imponer su ley laboral en medio de las protestas

  • La hostilidad entre sindicatos y socialistas beneficia al Frente Nacional
Decenas de protestas sacuden Francia desde el inicio de la primavera. Foto: Reuters.

El gobierno socialista francés, cansado de las evasivas del Parlamento para aprobar la urgente reforma laboral, dijo basta y decidió ponerla en vigor por decreto. Es una medida permitida por la Constitución "en determinados casos de orden financiero". Ello ha motivado que las huelgas y protestas hayan vuelto a Francia. Nada nuevo. ¿O sí? Las grandes huelgas de la historia contemporánea francesa se desarrollaron bajo gobiernos conservadores. En estos momentos es la izquierda contra la izquierda.

¿No será que en esta ocasión más que la reforma laboral lo que se dilucida es la hegemonía cultural en este espectro político? La división de las formaciones progresistas es normal en muchos países europeos. Mas en Francia esa escisión es dramática.

¿Por qué? Porque la política -hasta cierto punto unitaria- de la izquierda funcionó en el pasado. Y porque el sistema electoral mayoritario a dos vueltas no le da opción si está dividida. En los comicios presidenciales y legislativos del año próximo la izquierda podría perder su presencia en el parlamento. Beneficiando a los conservadores. O, y esto es lo realmente grave, a manos de la ultraderecha del Frente Nacional.

Se acusa al presidente francés, François Hollande, de antisocial. Pero tampoco es muy democrático el bloqueo ejercido conjuntamente por los todopoderosos sindicatos galos y el ala izquierda de su partido. El ejecutivo ha estimado que protestas y movilizaciones masivas de trabajadores y estudiantes descontentos en las calles constituían un coste menor que el de continuar con la crisis y el desempleo.

Una situación seria

Si bien la afirmación de Jean-Luc Mélenchon desde el Frente de Izquierda de que se está en un "estado prerrevolucionario" es exagerada, la situación del país, que nunca hizo la menor concesión a la globalización, sin duda es seria. La escisión en el partido gubernamental es patente como muestra el hecho de que 40 diputados socialistas acusan al jefe del Estado de practicar políticas "liberales".

Hollande insiste en que "vamos mejor". No obstante, el grado de polarización y tensión social indica que el "ça va mieux" en la actualidad no es mucho más que un pío deseo presidencial. ¿Es que el mandatario sufre síntomas de aislamiento en su torre de marfil del Palacio del Elíseo? No. Las cifras parecen respaldar su apreciación. Había prometido que solo sería candidato si el paro bajaba. En el primer trimestre de este año se crearon en total 24.000 puestos de trabajo.

Hollande tiene que crear el marco para que la economía francesa vuelva a crecer. O sea, ofrecer perspectivas a los 3,5 millones de parados. Para eso es necesario relajar la legislación contra el despido. Solo entonces podrían volver a contratar las empresas. Una significativa encuesta de IFOP sostiene que aunque el 86% de los franceses piensa que al país "le va mal" el 51 considera que su situación personal "ha mejorado" con Hollande.

La realidad es que el Código Laboral francés no solo bloquea la generación de empleo sino que anima el éxodo de profesionales. Algo que el país galo no se puede seguir permitiendo y que Hollande está dispuesto a cambiar con sus reformas. Enfrente tiene a la poderosa Confederación General del Trabajo y otros siete sindicatos que, radicalizados, organizaron una "semana social".

Los críticos aseguran que la ley genera un desequilibrio entre trabajadores y empresarios. También denuncian que debilita a los sindicatos; esto último es desde luego un objetivo de la nueva legislación. El proyecto de ley El Khomri, en homenaje a la ministra de Trabajo, promete la negociación en el interior de la empresa. Ese solo argumento es inaceptable para los viejos comunistas de la CGT.

Cambios necesarios

Todos los economistas coinciden en que el Gobierno tiene que cambiar el anquilosado mercado laboral. Ahora, un presidente Hollande, que durante mucho tiempo se mostró irresoluto, ha sacado la voluntad necesaria para impulsar la reforma sin el apoyo del Parlamento ni el de su propio partido.

La norma surgió asimismo por las exigencias de los principales socios europeos. Esperan que por fin la economía francesa avance hacia la modernización, termine con la rigidez de su mercado laboral y reduzca el alto déficit público. Lo que ocurre es que ha evidenciado la falta de respaldo político de Hollande. Un hecho que obligó a hacer modificaciones que pueden terminar limitando los efectos que el ejecutivo anhela.

En un inicio el proyecto apuntaba en la dirección correcta, favoreciendo una mayor flexibilidad laboral; sin embargo, aún resulta prematuro adelantar si, tras los cambios realizados, logrará su principal objetivo: aumentar la creación de puestos de trabajo. El presidente carece de apoyo parlamentario y su debilidad política es tal que, incluso se enfrenta a una rebelión dentro de su propio partido. Es un escenario que favorece aun más su actitud errática y compromete la capacidad de su gobierno para concretar los cambios que permitan reactivar la economía.

Se ha insistido en semejanzas y diferencias con la reforma laboral de Rajoy, más próxima en el tiempo. Pero hay otra comparación acaso más importante. Se trata del ex canciller socialdemócrata alemán, Gerhard Schroeder, con su impopular "Agenda 2010". Una serie de leyes de empleo que acabaron beneficiando a Alemania para salir fortalecida de la crisis económica. Hollande sabe que hace lo correcto y que es un paso necesario aunque los presidentes franceses anteriores siempre fracasaron a la hora de actuar. Si lo consigue será su mayor legado. Y, quizá, vuelva a ser reelegido en 2017.

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