Europa no termina de encontrar el tono para acabar de superar la Gran Recesión. "Con 22 millones de parados, no podemos decir que hemos superado la crisis", dijo el pasado mes de abril el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker.
El aumento de los riesgos externos (caída de la demanda global, desaceleración china), y la presión de los problemas internos (Brexit, refugiados, Grecia,...) están arrojando a la jerarquía europea de nuevo a los brazos de la demanda para poder terminar de superar el mayor batacazo económico en sus más de seis décadas de historia.
Hasta ahora, el pensamiento en Bruselas, Berlín y Fráncfort, y por lo tanto dominante en la Unión Europea, confiaba en una estricta disciplina fiscal para mantener así la confianza de los mercados, atraer inversión, generar consumo e impulsar el crecimiento.
Pero la incapacidad para reducir el desempleo a una tasa por debajo del 10% en la eurozona, el débil crecimiento, el aumento de la pobreza y la desigualdad, e incluso las dudas que aún sobrevuelan sobre el sistema bancario europeo arrojan una conclusión negativa sobre esta estrategia europea. La llamada austeridad expansiva, vestida con diferentes adjetivos y matices desde 2008, ha fracasado.
Echando la vista atrás, "ya hemos roto las promesas hechas a la gente joven, y estamos cerca de romper también las promesas hechas a nuestros mayores", resumió en una conferencia reciente la economista jefe de la OCDE, Catherine Mann.
Justo cuando se cumplen 70 años de la muerte de John Maynard Keynes, los expertos, analistas y el todopoderoso presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, piden más impulsos para la demanda.
Mario Draghi completa el círculo
El presidente del BCE dejó "claro" a los líderes europeos durante la cumbre celebrada el pasado mes de marzo que la política monetaria ha sido "la única política que realmente ha estado empujando la recuperación en los últimos años". Por lo tanto, pidió al sanedrín de la Unión Europea reformas "principalmente para elevar el nivel de demanda, inversiones públicas e impuestos más bajos".
Este énfasis en dejar dinero en los bolsillos de los consumidores y estimular el gasto público supone cerrar el círculo del recetario con el que ha experimentado la Unión Europea desde que el sistema financiero colapsara hace exactamente ocho años.
Tras la caída de Lehman Brothers, Europa replicó los rescates a la banca y las inyecciones en la economía real vistas en Estados Unidos, aunque de una manera menos decisiva.
Frente al estímulo fiscal de 170.000 millones de dólares (en torno a los 150.000 millones de euros) que firmó en febrero de 2008 el presidente saliente de Estados Unidos, George W. Bush, la Comisión Europea presentó en noviembre de aquel ejercicio un "plan de recuperación europea".
El objetivo de aquel documento era que los Estados miembros y las instituciones de la UE activaran "urgentemente" un paquete de 200.000 millones de euros (un 1,5% del PIB europeo).
La inversión fue destinada a eficiencia energética, energías limpias e infraestructuras para mejorar las interconexiones viales, digitales o energéticas. Pero, como todo en Europa, la llamada de Barroso tuvo un impacto desigual, como bien ilustró el Plan E del Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Justo cuando la comunidad internacional intentaba calibrar una respuesta coral al colapso global de la economía, el entonces presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, llevó como mensaje al G-20 de Seúl que "la clave para la recuperación es impulsar la demanda global, porque demanda significa empleo, y el empleo es nuestra primera prioridad."
Cuando la estrategia de la austeridad se abre paso
Tras más de medio billón de euros inyectados hasta mediados de 2009, el mismo Barroso empezó a buscar maneras para dar carpetazo a la era del gasto que había capitaneado unos meses antes.
"Creo que la solución no es continuar para siempre con las políticas expansivas, sino volver tan pronto como sea posible a la normalización de las finanzas públicas", dijo en julio de 2009.
La salida del periodo de excepcionalidad y la vuelta a los límites del llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento (3% de déficit y 60% de deuda), al menos intencionalmente, se aceleraron con el estallido de la crisis griega. En octubre de 2009, el nuevo Gobierno griego de Yorgos Papandreu desveló un agujero en el déficit que llegaría hasta el 15,4% del PIB tras varias revisiones.
Como explica Zsolt Darvas, del centro de análisis Bruegel, después de aquello, la Comisión concluyó "correctamente" que la consolidación fiscal era necesaria para disipar los miedos al contagio por la crisis griega entre los miembros de la eurozona. Además, Bruselas pensó que "lo peor de la crisis ya había pasado".
Darvas opina que la Comisión pecó entonces de "exceso de confianza". Pero éste no era el principal inconveniente, porque Europa incubaba problemas mucho más profundos, como la falta de confianza en el sistema bancario comunitario, dada la incapacidad de las autoridades para detectar los enormes agujeros que tenía (como se demostró en el caso de Anglo Irish Bank) o la rácana voluntad política para completar de una vez la unión económica y monetaria.
La imposición de la receta alemana en la UE
La caída de Grecia sacó a la luz los fallos en el diseño original del euro, construido a medias, sin el armazón apropiado para capear las épocas de temporal. Con este telón de fondo, la tragedia griega se convirtió en un completo drama que se extendió entre los países aún magullados por la Gran Recesión.
La presión de los mercados provocó que Irlanda, Portugal, España y Chipre siguieran a Grecia en rescates. Y Alemania, hasta la fecha el principal contribuyente de los salvamentos a través de los nuevos mecanismos de rescate europeos, aprovechó su posición de fuerza para consolidar la austeridad como pensamiento único, a través de la correa de transmisión de la Comisión Europea.
El clímax de este periodo llegó con la firma el pacto fiscal en marzo de 2012, por el que todos los países de la UE (a excepción del Reino Unido y la República Checa) dieron un paso más allá del ya reforzado Pacto de Estabilidad de la UE, al que se habían añadido nuevas normas de supervisión macroeconómica y presupuestaria.
Con el nuevo pacto fiscal, los socios se comprometieron a incorporar en sus constituciones un freno de gasto como el que había incorporado Berlín la ley fundamental alemana en 2009.
Pero en 2012 las cosas empezaron a cambiar ligeramente dada la incapacidad de la estrategia europea para escapar de las repetidas embestidas de los mercados.
EEUU y Europa, dos velocidades diferentes
Mientras EEUU salía firme de la crisis, Europa cayó en una ligera recesión, para muchos autoinfligida por el exceso de austeridad. François Hollande llegó ese año a la presidencia en Francia prometiendo una nueva era en la que la prioridad sería crear crecimiento y empleos.
La arremetida francesa dejó un ligero cambio de tono en el discurso para salir de la recesión. En el frente institucional, la unión bancaria defendida por Francia, Italia y España, consiguió salvar solo parcialmente los recelos alemanes a tejer cualquier red de salvamento que supusiera mutualizar los riesgos entre los distintos estados miembros.
La presión insostenible de los mercados sobre Italia y España condujo a que Draghi realizara su intervención verbal de "hacer todo lo que fuera necesario para salvar el euro" en julio de 2012. Pero sus palabras tuvieron que llegar acompañadas de acciones, dados los fantasmas deflacionarios y la endeble recuperación. Draghi fue sacando todo el arsenal monetario hasta culminar con la compra de activos en 2014, reforzada este mismo año.
Por el lado fiscal, la Comisión intentó corregir a posteriori en 2013 los daños infligidos por el exceso de optimismo que derivó en dosis extremas de disciplina fiscal. Así dio más tiempo a Francia y España, entre otros, para cumplir con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y reducir el déficit por debajo del 3%.
Renzi abandera la cruzada por la flexibilidad
Sin embargo, el tímido giro de discurso europeo no fue suficiente para relanzar una economía que se arrastraba por los suelos, mientras el número de parados continuaba siendo insoportable un lustro después de que la crisis llegara a Europa.
La ofensiva pro-crecimiento se reactivó con la llegada al poder del socialista Matteo Renzi en Italia en febrero de 2014. Aprovechando su presidencia de la Unión Europea en el segundo semestre, apoyado por Francia y contando también con la simpatía de España, lideró la cruzada para "flexibilizar" las reglas fiscales europeas, a cambio de su apoyo al candidato del PP europeo, Jean-Claude Juncker, como presidente de la Comisión Europea.
Bajo la tutela del luxemburgués, el Ejecutivo comunitario introdujo una interpretación más laxa de las reglas fiscales en caso de realizar inversiones, aplicar reformas estructurales o atravesar un ciclo económico adverso.
Además, el propio Juncker cocinó un plan de inversión para inyectar al menos 315.000 millones de euros en la enclenque recuperación, la mayor parte del sector privado.
La economía europea empezó a ganar algo de pulso a partir del año pasado. Pero el tímido crecimiento poco tuvo que ver con las reformas estructurales o al plan Juncker, sino que se produjo, más bien , debido a "los vientos de cola" del petróleo barato o la política monetaria expansiva del BCE, tal y como reconoció el comisario de Economía, Pierre Moscovici.
Pero los vientos de cola tienen sus límites, los riesgos han aumentado (Grecia, Brexit, refugiados, inestabilidad exterior), mientras el crecimiento europeo necesita más gasolina.
"La economía de la eurozona está lejos de funcionar con todo su potencial", señaló en abril el economista jefe global de Standard and Poors, Paul Sheard, en un evento en Bruselas.
Sheard subrayó que para aumentar el potencial, Europa debe hinchar la demanda agregada, lo que es responsabilidad no sólo de la política monetaria (que está llegando a sus límites), sino también de los estímulos fiscales. El problema, añadió, es que Europa "ha antepuesto la consolidación fiscal a la gestión de la demanda agregada".
El resultado han sido ocho años de crecimiento real nulo en la eurozona, advirtió. Como él, Mario Draghi, analistas y varios Gobiernos creen que es el momento de cambiar de raíz el discurso y apostar de forma más decidida por la demanda interna. ¿Será esta vez la definitiva?