
En Francia, el complicado camino hacia la reforma laboral de François Hollande sigue lleno de obstáculos: masivas movilizaciones sindicales, protestas estudiantiles, etc. Es una prueba de fuego que hace peligrar el principal objetivo del Gobierno de combatir el desempleo y salir de la crisis. El emblema de las políticas socialistas, la semana de 35 horas, corre peligro. Quiere flexibilizarse la medida. Las empresas podrían aplicarla o no, según acuerdo con los trabajadores.
Francia tiene los derechos laborales más extendidos de la Unión Europea. Las reformas propuestas por el Gabinete socialista pretenden flexibilizar el mercado laboral y restar poder a los sindicatos, necesidad urgente para reactivar la economía y mejorar la competitividad. Los franceses necesitan ahora apostar por el crecimiento para no acabar perdiendo todas sus conquistas sociales.
En comparación con otros Estados miembros, los trabajadores galos disfrutan de mayores beneficios. En Gran Bretaña, la jornada semanal es de 48 horas. En Alemania, no hay límite fijo. Polonia está en el extremo, con 13 horas diarias, si hay acuerdo entre trabajador y empresa.
El salario mínimo en Francia está en 1.466 euros mensuales, similar al de Gran Bretaña y el doble del español. Y, si bien hay que considerar las diferencias del coste de la vida, el de Bulgaria es de apenas 200. En Italia no está establecido. Estas ventajas han dañado la economía francesa, que no asumió la globalización y mucho menos los cambios internacionales tras la crisis. Los políticos no reaccionaron para adaptarse a la realidad.
El paro es del 10,2%, afecta a 5 millones y medio de personas y al 24 por cien de los jóvenes. Hollande prometió terminar con el problema. Para ello, intenta -sin demasiado éxito- hacer ver que la reforma laboral permitirá crear más empleos por tiempo indefinido. Afirma que se terminará de este modo con la desigualdad entre trabajadores con contrato permanente y aquellos que sólo tienen acceso a empleos temporales más frágiles. En este segundo grupo, se encuentra la mayoría de los jóvenes. El Ejecutivo se ha visto obligado a hacer modificaciones y aplazar la entrega del proyecto.
La vida de los millones de desempleados, más de la mitad de los cuales recibe una indemnización (el resto tiene pequeños trabajos retribuidos o recibe ayudas para formación), será más difícil a partir de ahora. Se reducirá el periodo cubierto por el seguro de desempleo, se recortarán las sumas percibidas, y se reforzarán los controles para evitar el fraude. El sistema de seguro de desempleo en Francia es uno de los más generosos. Un trabajador de más de 50 años, por ejemplo, podrá cobrar la indemnización durante tres años, a razón de un 80% de su último salario. A la vez se eliminará la burocracia que dificulta a los empresarios nuevas contrataciones.
Hollande y su primer ministro, Manuel Valls, han adoptado medidas que firmarían no solo sus adversarios conservadores. Podrían hacerlo incluso los de la extrema derecha.
Pese a las cesiones del Gobierno, los jóvenes han vuelto a desafiar esta semana la reforma laboral en las calles. El principal sindicato estudiantil, la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, así como otras organizaciones y asociaciones juveniles, siguen exigiendo la retirada íntegra del proyecto de ley de la ministra de Trabajo, Myriam El Khomri que, consideran, tiende a una precarización laboral vitalicia.
No se dan por satisfechos con las modificaciones presentadas para limar los aspectos más polémicos: ha desaparecido el baremo obligatorio aplicable a las indemnizaciones por despido, que será solo orientativo, así como la prioridad dada a las empresas para organizar la jornada laboral en detrimento de los acuerdos sectoriales. Se renuncia igualmente a ampliar las horas extra sin una autorización administrativa previa.
En la recta final del mandato
Recuérdese que estamos a poco más de un año para las elecciones presidenciales. Los cambios el pasado mes en el equipo gubernamental han sido efectuados por el presidente para afrontar la recta final e intentar la renovación de su mandato. El jefe del Estado ha acallado las voces disidentes dentro de su Partido Socialista (PSF), molestos por el giro ?social-liberal? del Ejecutivo. No ha sido difícil porque, como a todos, a los críticos interesa en primer término mantener escaño, sueldos y privilegios.
Los cambios también se hicieron para eliminar a todo candidato a su izquierda susceptible de restarle votos. Es dudoso que estas tácticas políticas tengan éxito. Lo que sí es seguro es que Hollande no ha elegido a las personas más experimentadas para renovar el gabinete de Valls. Con sus maniobras electoralistas contribuye a aumentar el descrédito de la clase política y dar mayor empuje a los populistas. Los sectores más afectados por la crisis: parados, jóvenes, obreros, pequeños comerciantes y empleados empobrecidos pueden volver a apoyar al Frente Nacional.