
Se podría decir que la élite mundial siempre encuentra en Davos el instrumento que busca, sin saber muy bien antes de llegar lo que quiere hallar. El Foro Económico Mundial, que se clausuró el pasado sábado, resulta en algunas ediciones un diván (o un confesionario) sobre el que se reconocen los errores del pasado y se hace propósito de enmienda, como lo fue en los años posteriores a la crisis financiera.
En épocas más turbias, la reunión de empresarios y políticos, salpicados con la realeza y artistas, quiere ser un termómetro para medir el estado de ánimo de un planeta demasiado bipolar. Y en otras ocasiones, como la de este año, Davos saca la bola de cristal para predecir el futuro que tenemos por delante. Y la imagen que se ha encontrado no resulta nada alentadora.
A corto plazo, mientras Europa se juega el proyecto comunitario, como reconocen abiertamente sus líderes, todos cruzan los dedos para que China tenga un "aterrizaje suave" después de tres décadas de acelerado crecimiento económico. A medio plazo, el impacto total de la digitalización, la gestión avanzada de datos, la nueva generación de robots, o la inteligencia artificial (lo que se ha llamado la cuarta revolución industrial), llevará a un mundo "con una mayor concentración de riqueza y, con él, de poder", y por lo tanto más inestabilidad, según reconocieron incluso los tecno-optimistas del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAffee, en un artículo reciente.
Y a largo plazo, todos iremos camino de la tumba en un mundo en el que "la inseguridad y la volatilidad en la economía y la política no va a cambiar", explica Jim Moffat, responsable mundial del negocio de Consultoría de Deloitte. "Las organizaciones están ahora empezando a asumirlo", describe.
La veintena larga de entrevistas y conversaciones de elEconomista en el foro con dirigentes políticos, grandes empresarios nacionales y extranjeros, y académicos pinta un mundo que ya no tiene sentido observar con cristales optimistas o pesimistas, sino con la resignación de que este "nuevo normal" que llega cargado de promesas también va a dejar más perdedores. Y es mejor estar preparado.
Esta pérdida de control, en parte, se ve facilitada por la erosión de las estructuras básicas del poder. La crisis de los refugiados, lo que está pasando en el sector energético, e incluso el agitado panorama español, que baila al son que marca Podemos, son todo síntomas de este desgaste, según opina Moisés Naím. "Allí donde mires en Davos vas a tener una manifestación de esta tendencia", añade el intelectual del Carnegie Endowment for International Peace. En una cena en la que participó durante el foro con los principales CEO del planeta, Naím cuenta que el vacío de poder fue el tema central. "Todos ellos estaban preocupados porque les podrían llegar amenazas de lugares que no se esperan", comenta.
En este arranque del año, los dolores de cabeza han procedido principalmente de China. El gran motor de la economía mundial se está pisando los cordones en su transición de una economía exportadora a una de consumo, mientras el resto del mundo no se cree sus cifras de crecimiento. Nouriel Roubini, el profesor de Economía de la Universidad de Nueva York y agorero habitual del foro es, sin embargo, uno de los que cree que Pekín tendrá un "aterrizaje suave".
De hecho, como reconocen varios asistentes, China no ha terminado por empapar tantas conversaciones en los pasillos del centro de congresos de la villa de los Alpes suizos. E incluso a pesar de las señales de aviso encendidas por los dirigentes europeos que se subieron al estrado, "no se han centrado tanto como deberían en el pesimismo sobre Europa", opina el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz.
Stiglitz, que pide un cambio del conjunto de las reglas del euro para enmendar su tendencia natural hacia la austeridad, dice -con la mirada también en la crisis de los refugiados- que "debería haber más pesimismo sobre Europa y menos sobre China".
El exprimer ministro de Suecia, Carl Bildt, enumera los nubarrones en el horizonte europeo: el referéndum de Reino Unido sobre la permanencia en la UE , la crisis de los refugiados (que "en el peor de los casos podría llevar al final de Schengen, lo que tendría efectos económicos profundos en Europa") e incluso la miopía respecto a los desafíos que entraña la transición digital, dada la fragmentación económica y regulatoria que pervive en Europa.
Y, sobre todo, la principal amenaza es la fragmentación política, destaca el premio Nobel de Economía, Christopher Pissarides. "Las instituciones europeas no actúan como tales, sino como agregadoras de intereses nacionales. No es la UE y el proyecto integrador que esperábamos ver en los 90 cuando se aceleró el proceso".
Esta compartimentación por estados miembros en la UE es también el principal lastre para que Europa se suba a los primeros vagones de esta cuarta revolución industrial, explica el comisario de Innovación de la UE, el portugués Carlos Moedas. "Europa es realmente el centro del conocimiento, lo tenemos todo para conseguirlo, pero la división en silos nacionales nos está frenando", añade.
Este cambio de paradigma tecnológico es un tren que Europa, plagada de debilidades estructurales (población envejecida y dependencia energética, por decir algunas) no se puede permitir perder. Porque, como coinciden los expertos y empresarios, hay que estar en el lado bueno de la mesa para garantizar que se sobrevive a una nueva era de trabajadores más autónomos y, al mismo tiempo, estados del Bienestar más adelgazados. "El mayor desafío será tratar con un empleo intermitente masivo", que será el que prevalecerá, ya avisó en un estudio del pasado año Nicolas Colin, inversor francés, y el investigador Bruno Palier.
La irrupción de esta Uber-realidad aún no deja ver cuál será el camino ante un presente nublado por demasiados retos. Y España es buen ejemplo de esta época de interrogantes. Como describe Pissarides, las cicatrices de la Gran Recesión, el escenario político abierto y la situación de Cataluña "puede crear incertidumbres que hagan que los inversores sean más cautos", lo que afectará al crecimiento.