
El ministro del Tesoro británico ha asumido una complicada apuesta política con capacidad de generar dos desenlaces contrapuestos. La Revisión de Gasto que presentó la semana pasada ha supuesto la primera claudicación de uno de los referentes de la austeridad en Europa y del éxito de la jugada dependerá su ascenso al liderazgo del Partido conservador, o su paso a la historia como el canciller que desperdició la recuperación de la primera gran crisis del siglo XXI.
La hoja de ruta anunciada para la presente legislatura semeja, a priori, un ejercicio de prestidigitación política de alto nivel. A George Osborne le salen las cuentas, a pesar de haber anulado la crucial reforma de los llamados tax credits, los complementos de sueldo para los bajos salarios con cuyos recortes pretendía ahorrar 4.400 millones de libras (6.230 millones de euros), y de esquivar los recortes previstos en las fuerzas de seguridad, un área especialmente delicada tras la masacre del 13 de noviembre en París.
Por si fuera poco, los tijeretazos en los departamentos no protegidos del Gobierno, aunque severos, han sido menores de lo temido, una realidad que, sin embargo, no afectará ni al objetivo de déficit de este primer año del nuevo mandato, 74.000 millones de libras (105.500 millones de euros), ni sobre todo a la gran meta de llegar a las generales de 2020 con un superávit de 10.000 millones de euros (14.250 millones de euros).
La aparente contradicción por parte de un ministro que roza la obsesión con la disciplina fiscal se apoya en una evolución económica mejor de lo previsto cuando en julio presentó su primer presupuesto como representante de una administración monocolor. El artífice de la fórmula mágica ha sido el regulador de gasto del Gobierno, que le entregó en bandeja un balón de oxígeno compuesto de ingresos fiscales notablemente superiores a lo esperado e intereses significativamente menores. La suma del margen de maniobra con el que Osborne compareció en el Parlamento asciende a 27.000 millones de libras (38.480 millones de euros).
El montante le sirve para financiar la decisión que acaparó más atención de todas las presentadas en la Revisión de Gasto, paradójicamente una medida que no tendrá lugar, los recortes de los tax credits. Ideados por el binomio Tony Blair-Gordon Brown para incentivar al trabajo, su reforma se había convertido en el símbolo de la transformación estructural a la que Osborne aspira, basada en disminuir el tamaño de Estado, garantizar bajos impuestos y promover una menor dependencia social.
Después de que la Cámara de los Lores tumbase la reestructuración hace un mes, la previsión general apuntaba a medidas para minimizar el impacto de los cambios. Osborne, no obstante, sorprendió cancelándolos de una tacada, abriendo así un delicado debate sobre su compromiso real con una austeridad que resulta paulatinamente difícil de justificar ante la cada vez más consolidada recuperación.
El doble filo de la flexibilidad
El ministro puede reivindicar su flexibilidad, pero la duda ha quedado sembrada, sobre todo porque la rendición en materia de tax credits se ha visto acompañada de su resignación ante la imposibilidad de reducir el gasto policial en las actuales circunstancias. El mensaje es delicado, ya que podría sugerir a sus opositores que si ejercen la presión suficiente, el Gobierno reculará y no son pocos los frentes que tiene abiertos, empezando por los profesionales de la Sanidad.
Además, la sociedad a la que pide sacrificios en 2015 no es la misma que se encontró cinco años atrás, cuando Reino Unido acababa de superar su recesión más prolongada y el planeta sufría todavía el pánico de los mercados ante la escalada de deuda de las economías avanzadas. Por ello, el optimismo que ha intentado vender con la Revisión de Gasto podría resultar incompatible con las apelaciones a la austeridad, si bien el sentimiento fue imbuido en primera instancia por la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR, en sus siglas en inglés), su propio regulador de gasto independiente. La OBR ha sustentado los cambios aparentemente de última hora de Osborne, pero su diagnóstico no es infalible. Tan sólo diez días atrás el Ejecutivo recibió un inquietante recordatorio con unos datos de préstamo notablemente peores de lo anticipado. Si el regulador gubernamental ha sobreestimado la recaudación de impuestos prevista para 2020 y los intereses acaban siendo mayores como consecuencia de acontecimientos impredecibles, el sudoku económico del titular del Tesoro quedaría seriamente desbaratado.
No en vano, el ministro se ha jugado su credibilidad a la carta del superávit. Osborne está resuelto a emplear la fiabilidad económica como principal baza para las generales de 2020, sobre todo, porque la candidatura tory, según las quinielas, podría estar encabezada por él.
Un ambicioso programa de vivienda
La Revisión de Gasto sirvió para anunciar ?el mayor programa de vivienda asequible desde los 70?. Una partida de 2.300 millones de libras (3.200 millones de euros) financiará la construcción de propiedades para primeros compradores y las valoradas en hasta 250.000 libras (355.000 euros) ofrecerán un quinto de descuento para menores de 40 años que se estrenen en el mercado.