
Suecia, que se considera a sí misma como una especie de superpotencia humanitaria, tiene una larga historia acogiendo con los brazos abiertos a los refugiados. Desde los años 90 la nación escandinava, con 9,6 millones de habitantes, ha recibido a cientos de miles de inmigrantes de lugares tan diversos como Yugoslavia, Oriente Medio o África.
Pero la llegada de refugiados actual es algo a lo que ni siquiera los suecos estaban acostumbrados. Se calcula que unos 360.000 refugiados entrarán en el país en este año y el siguiente, cuando en 2014 apenas fueron 75.000.
Esta nueva oleada procede sobre todo de países desestabilizados tras la intervención extranjera como Afganistán, Siria o Irak.
El Gobierno anunció el pasado 23 de octubre que va a terminar con la política que asigna residencia automática a la mayor parte de los refugiados. En lo que podría ser la primera señal de una nueva política de Suecia, los adultos que lleguen hasta el país sin hijos a su cargo recibirán sólo un permiso temporal.
Problemas de financiación
La Agencia Sueca de Migraciones calcula que en 2016 el Estado tendrá que hacer frente a pagos de 60 millones de coronas, unos 6.390 millones de euros, para cubrir las necesidades básicas de los refugiados.
La ministra de Asuntos Exteriores, la socialdemócrata Margot Wallström, advierte de que si el flujo no se detiene, "a largo plazo nuestro sistema podría hundirse". Sin embargo, no se han confirmado más cambios de política que el ya mencionado endurecimiento de las condiciones para acceder a la residencia permanente.
Entre los que ya han llegado, la cualificación es variable. Mientras que los refugiados procedentes de Afganistán o Somalia suelen carecer de formación que les permita acceder a los puestos más demandados en Suecia (algunos de ellos cruzan cada día a Dinamarca, donde sí encuentran esos empleos), muchos de los recién llegados -sobre todo los que vienen de Siria- se colocan rápidamente.
Es el caso de Rama Yousef, un licenciado que llegó en 2013 con toda su familia y, tras pasar cinco meses en un curso intensivo de idioma sueco (sufragado por el Gobierno), se matriculó en un programa de la Universidad de Estocolmo que ayuda a los refugiados con cualificación a encontrar empleo, y en la actualidad trabaja en la oficina local de la consultora Capgemini. "El pueblo sueco ha hecho mucho por mí", afirma.