
Reino Unido observa con relativa tranquilidad la desaceleración de las economías emergentes y descarta efectos sobre una recuperación cada vez más consolidada. Aunque la resaca de la crisis se notó más y por más tiempo en las estadísticas británicas, las estimaciones del Gobierno, compartidas por la OCDE y FMI, pronostican este año el crecimiento más robusto del G-7, repitiendo los hitos de 2013 y 2014.
Datos recientes revelan que la tormenta financiera no resultó tan grave como se había estimado. Es más, las últimas revisiones prueban que la recuperación británica ha sido más robusta que en las demás potencias. El tamaño de Reino Unido es un 5,9 por ciento mayor que en el pico previo a la crisis y aspectos que hasta poco preocupaban, como los salarios, comienzan a sanar.
En una economía tan dependiente del consumo como la británica, la mejora de la capacidad adquisitiva es un factor fundamental. Por ello, el Banco de Inglaterra estima que la ralentización de las emergentes no afectará en casa: aunque le preocupan los efectos de su deuda, el gobernador desafió esta semana las expectativas que anticipan que los tipos no se moverán el año que viene.