Economía

Rodrigo Rato: Economista con olfato político

Aunque ahora ejerza como director del FMI, su pasión sigue siendo la política española

Si a Rodrigo Rato le llegan a decir hace treinta años que un día tal como el próximo sábado, 22 de abril de 2006, iba a presidir la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) como director gerente de la institución y una de las máximas autoridades en materia económica del planeta, probablemente no hubiera creído ni media palabra.

En aquella época, abril de 1976, Rato acababa de regresar de la Universidad de Berkeley (California), donde obtuvo un máster en Administración de empresas, con la intención de gestionar las empresas de su familia.

Su estancia en Estados Unidos estaba al alcance de pocos. Rato es hijo de una familia asturiana, con intereses que iban desde el sector minero a la banca. Dicen que su padre, Ramón Rato, quiso que uno de sus hijos se dedicara a la política y otro a las empresas. Logró convencer a Manuel Fraga para que diera al joven Rato un puesto en la antigua sede de AP. Y así entró por la puerta grande en la política, aunque como cualquier joven no tenía seguramente claro qué quería o cuál iba a ser su futuro. Desde luego, que el padrinazgo de Fraga no le iba a servir de mucho.

Cuando Antonio Hernández Mancha fue elegido en 1987 presidente del PP en sustitución de don Manuel, Rato pensó en tirar la toalla. Se dedicó a dar cursos de informática para matar el tiempo libre y pensó en volver a las empresas de la familia.

La desastrosa gestión de Hernández Mancha colocó a José María Aznar, a la sazón presidente de Castilla y León, como el favorito a la presidencia del partido. Rato, junto a otros ex ministros como Francisco Álvarez Cascos, Federico Trillo o Juan José Lucas, se dedicaron a conspirar para preparar la vuelta de su amigo. Y lo consiguieron en 1989.

Una vez en el Gobierno, Aznar le confió la cartera de Economía. Rato hacía meses que daba clases de la materia con Cristóbal Montoro, del Instituto de Estudios Económicos, y José Folgado, director de Estudios de la CEOE. Su mayor virtud consistió en escuchar y escoger la que se requería en cada momento. Así, cuando Aznar le nombró ministro, él tenía bien aprendidas las cuatro nociones. Aún así su primer susto fue morrocotudo, con unas declaraciones en las que sugería que se debía parar el reloj para entrar en el euro, que por poco hunden la bolsa y la peseta.

Tuvo todo para ser el heredero de Aznar. Pero no lo logró. Aznar le ofreció en varias ocasiones ser el vicepresidente primero, la condicionó para heredar la presidencia del partido. Pero éste lo rehusó. Y luego, fue demasiado tarde. La guerra de Irak y las posiciones del Gobierno en materias como la energía o la batalla digital abrieron una fosa entre los dos, que hizo que Aznar se inclinara por otro candidato, Mariano Rajoy.

Cuando recorría Madrid en busca de voto en su última campaña, una adivina le pronosticó que sería jefe de Estado. Y acertó, porque la gerencia del FMI tiene consideración de jefatura de Estado. La cuestión es si la adivina se refería a su actual cargo o al que aún puede llegar. Él vive en Washington, aunque le concocen bien aseguran que siempre está al corriente de los asuntos de la política española.

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