
La crisis ha sido nuestra guerra. No voy a frivolizar sobre lo que representa un verdadero conflicto armado, pero la crisis económica es el evento que marcará a toda una generación de españoles. Ya son siete años largos de huracán que ha dejado tras de sí un reguero de excluidos, expatriados y desplazados.
Y también ha creado una colección de imágenes de devastación arquitectónica: cientos de rotondas que dan a ninguna parte, bosques de grúas inmóviles en urbanizaciones abandonadas y obras supuestamente singulares a medio terminar. Un paisaje de disolución urbana del que nada ha escapado inmune, ni siquiera las grandes ciudades o los edificios emblemáticos.
Para comprobarlo, basta con dar un paseo con la madrileña Plaza de España. Un espacio que antes bullía de vitalidad en cada fachada y cada local, y que ahora renquea entre solares vallados, edificios vacíos o casi vacíos y el mastodóntico cadáver del Edificio España. Y encima, su nuevo propietario, el magnate chino Wang Jianlin, pretende derribarlo alegando riesgos estructurales.
¿Se imaginan cómo sería la Plaza de España sin su construcción más emblemática? ¿Sin la fachada neoclásica y neobarroca que la preside desde su lado oriental? Pues que quieren que les diga, sería un lugar mucho mejor porque -valga la doble redundancia- el Edificio España es uno de los edificios más feos de España.
"Pero es que es un edificio antiguo y ahí reside su valor", dirán algunos. Bueno, en primer lugar, creo que deberíamos despojarnos de esta especie dictadura de la arqueología en la que estamos sumergidos. Un edificio no es mejor por ser antiguo. Un edificio es valioso si es valioso, y el valor que pueda tener un edificio antiguo reside esencialmente en su importancia dentro del contexto histórico y geográfico al que pertenece.
Cien construcciones iguales
Se trata de discriminar si dicha construcción es única o, por el contrario, se conservan muchas obras similares. Por hacer una analogía: una cisterna árabe encontrada en las cloacas de Estocolmo sería un descubrimiento monumental, mientras que esa misma cisterna en el subsuelo de Marrakech no tiene ningún valor, porque hay otras trescientas cisternas iguales en dos kilómetros a la redonda.
Así, el Edificio España no tiene ningún valor verdaderamente arqueológico porque hay otras cien construcciones coetáneas similares en nuestro país. Desde el Alcázar de Toledo hasta el Palacio Municipal de Huelva, pasando por el Museo de América o los edificios de viviendas universitarias de la calle Isaac Peral de Madrid.
Pero es que además, el Edificio España no es antiguo. Pese a los pináculos y las molduras de su fachada, la construcción se terminó en 1953, hace poco más de sesenta años. Para que visualicen el verdadero contexto del edificio, en el 53 el Volkswagen Escarabajo llevaba quince años circulando por las carreteras europeas, apenas faltaban tres años para que apareciera el primer reloj digital y cuatro para que el Sputnik 1 se pusiese en órbita.
Pero es que en el 55, Alejandro de la Sota terminó la casa Arvesú en la madrileña avenida del Doctor Arce y, diez años después, Miguel Fisac comenzó las obras de los Laboratorios JORBA en la salida de la Nacional II; ejemplos ambos de compromiso con la creatividad y con la investigación arquitectónica de su tiempo. Y ambos edificios actualmente demolidos. Tristemente demolidos, esta vez sí.
Estética del primer franquismo
Es inexplicable que obras verdaderamente involucradas con la contemporaneidad -con su contemporaneidad-, no hubieran tenido la protección patrimonial de la que sí se beneficia una momia anacrónica como el Edificio España. Pero el problema no es que sea anacrónico, el problema es que es muy feo. Y, probablemente, esa fealdad tenga que ver con que, en realidad, sí responde a una parte de su contemporaneidad. A la más equivocada.
El Edificio España no es más que otra muestra del naftalínico posicionamiento estético del primer franquismo. Una ola de represión artística que convirtió a arquitectos modernos en estandartes del neoclásico, el neobarroco o el neoherrerriano. Los ejemplos son variados, aunque bastaría con señalar a Luis Gutiérrez Soto, que abrazó el racionalismo en 1930 con el Cine Barceló, pero que también fue el artífice de ese primo deforme de El Escorial que se levanta desde 1958 junto al Parque del Oeste con el nombre de Ministerio del Aire.
Una arquitectura esclerótica que, pese al folclorismo nacional, tiene mucho que ver con los edificios del realismo socialista soviético. Construcciones impositivas y amenazantes, metáfora del poder represor del Estado, llenas de molduras y hercúleas estatuas como apelación nostálgica de un pasado supuestamente glorioso.
De hecho, los propios hermanos José María y Julián Otamendi, responsables del Edificio España, construyeron la Torre de Madrid justo al lado y tan solo siete años después. Pero como los 60 dieron paso al aperturismo estético del franquismo, la Torre de Madrid es una obra mucho más interesante.
Según el Ayuntamiento de Madrid, los únicos elementos protegidos del Edificio España son la fachada frontal y las laterales, lo cual tiene perfecta lógica porque el interior tampoco tiene ningún valor espacial o arquitectónico. Solo son plantas convencionales con tabiques convencionales y pasillos convencionales llenos de puertas convencionales.
Sin embargo, como ya hemos visto, las fachadas tampoco son un elemento único o especial, tan solo son ventanas igualmente convencionales entre paños de piedra y ladrillo con una portada a imitación de las que se hacían tres siglos antes. Salvo el intangible valor sentimental de haberlos visto allí durante sesenta años, no hay nada en esos paramentos que justifique su conservación.
En realidad, la única importancia de la fachada frontal reside en su condición de existencia. En el hecho de que es un telón de fondo de la Plaza de España. Y ese requisito lo cumpliría perfectamente cualquier otra fachada que respetase la normativa de alturas y retranqueos.
Con solo abrir los ojos y ser conscientes de la realidad histórica y estética del Edificio España, ni siquiera habría que apelar a los problemas estructurales del actual edificio para derribarlo y construir uno mejor en su lugar.