
Durante la conferencia de prensa mantenida la semana pasada, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, reconoció haber "pasado bastante tiempo en la política". Su periplo como exministra gala de Finanzas avala esta experiencia que ahora se convierte en una herramienta útil si Lagarde quiere asegurarse la reelección como máxima dirigente de la institución el año que viene. Un hecho complicado si tenemos en cuenta los traspiés de la organización a la hora de evaluar el estado de salud de la economía griega.
Es por ello que el Fondo ha endurecido su posición en lo referente al país heleno, concluyendo que su nivel de deuda es insostenible, con un ratio de apalancamiento con respecto al PIB que amenaza con tocar el 200% en los próximos dos años. Pero a la mano dura utilizada con el ejecutivo de Alexis Tsipras, del que se duda tenga la capacidad suficiente para implementar todas las reformas necesarias para enderezar al país, también se ha sumado cierta reticencia con el resto de líderes europeos.
La institución ha pedido el alivio, vía reestructuración, de la deuda de Grecia si la eurozona quiere contar con el apoyo financiero del Fondo a la hora de aprobar el tercer programa de ayuda al país, cuyo valor podría ascender hasta los 86.000 millones. Hasta ahora se barajaba la posibilidad de que la institución cubriría al menos 16.000 millones de dicha cantidad. Sin embargo, según han relatado diversos medios de comunicación, los propios técnicos del Fondo han recomendado que no tome parte en la financiación del próximo programa.
La Comisión Europea confirmó la semana pasada la plena implicación de la institución en las negociaciones aunque el Fondo insistió en que es necesario "que ambas partes tomen decisiones difíciles". Sin la participación del FMI, algunos parlamentos europeos, especialmente el Bundestag, podrían ser mucho más reticentes a la hora de otorgar su visto bueno a un plan que podría estar listo el 18 de agosto.
"El FMI continúa con éxito su presión para forzar una reestructuración de la deuda", reconoce Jacob Funk Kirkegaard, experto del Peterson Institute for International Economics, un think tank con sede en Washington. "Al intentar imponer algún tipo de pérdidas en la zona del euro antes de ofrecer un compromiso oficial a más ayuda financiera, Christine Lagarde establece cierta independencia de sus antiguos compañeros de profesión", añade. Kirkegaard no duda en recordar que de esta forma Lagarde se aseguraría su reelección para seguir al frente de la institución.
Con una reforma de cuotas que sigue sin materializarse y los principales países emergentes demandando un mayor poder en el seno de la institución, la tradición de contar con un mandamás europeo al frente del Fondo se ha visto enturbiada por los programas de rescate de la organización a distintos países europeos. Según el último estado de cuentas hecho público por el FMI, alrededor del 89,5% de los créditos otorgados corresponden a gobiernos europeos, entre ellos Grecia.
Mientras casos como el irlandés o el portugués se han postulado como éxitos de los flotadores lanzados por el Fondo, el BCE y Bruselas, Grecia se ha convertido en el pecado capital que ha puesto a la institución capitaneada por Lagarde al borde de violar las propias normas. El hecho de que el gobierno griego entrase en mora con la institución fue sólo un avance de lo que podría acabar ocurriendo si la situación de Grecia se torna insostenible.