Economía

El negocio de Mao

China ha hecho de la explotación comercial su 'Gran Timonel' una jugosa fuente de ingresos. Foto: eE
Una enorme foto de Mao Zedong junto a la familia Tang recibe a los comensales del restaurante. La instantánea data de 1959, en pleno desangre de China por el Gran Salto Adelante, una de las épocas claves de la gestión del Gran timonel (ver elEconomista de ayer).

Y fue tomada en la primera de las dos únicas visitas que el dictador realizó como presidente a su pueblo natal, Shaoshan, en la sureña provincia de Hunan.

En la foto, sentado y fumando a una mano, departe relajadamente con cuatro miembros de la citada familia, campesinos y vecinos durante generaciones de la familia Mao. Junto a él, una sonriente Tang Rui Ren sostiene en brazos a su hijo Mao Ming Jun.

Empresaria triunfante

Por entonces la joven tenía 28 años y era una campesina pobre además de una maoísta convencida. Hoy, cumplidos los 77 años, es una empresaria de éxito cuyo Chairman Mao Restaurant tiene 130 franquicias desplegadas por todo el país. Ahora es rica y capitalista, pero sus convicciones maoístas siguen, cómo no, inalterables. Tras una vida en la pobreza, Tang Rui Ren abrió en 1984 un pequeño negocio de venta callejera de sopa de arroz. Tres años después vio la luz: si ofertaba "los platos favoritos de Mao", su restaurante tendría éxito. "Mao era una marca perfecta para vender", explica.

Así que interrogó a la familia del Gran Timonel acerca de qué platos le gustaban y lanzó uno de los primeros negocios privados de Shaoshan. Un más que sospechoso hong shao rou, un potaje de carne y grasa de cerdo con salsa picante, es hoy el plato estrella de la carta al módico precio de 60 yuanes (seis euros) por ración.

Los platos preferidos de Mao

"Ofrecemos los platos que le gustaban a Mao no porque sean especialmente sabrosos, sino porque son los que la gente quiere comer", asegura la anciana en un encuentro con elEconomista plagado de contradicciones ideológicas en su discurso.

En 1993, centenario del nacimiento de Mao, su negocio repuntó y entonces pensaron en franquiciar su restaurante por toda China para ser más grandes. "Sólo con las franquicias, el año pasado obtuvimos unos dos millones de yuanes (200.000 euros) de beneficios", asegura su hijo Mao Ming Jun. La expansión continúa -100 franquicias en los tres últimos años- y cruza fronteras: "Negociamos ahora nuevas aperturas en Vietnam e Indonesia", dice Mao Ming Jun.

En cualquier caso, no tiene dudas acerca de las claves del éxito: "arrancamos en el lugar y momento adecuados". Un negocio vinculado a Mao, en su pueblo natal y en pleno proceso de apertura económica: eso era una ecuación imbatible.

A la nostalgia de muchos chinos, que desde la muerte del dictador hicieron de Shaoshan lugar de peregrinación, se unió el lanzamiento en 2004 de una iniciativa turística conocida como Hongse Lu You (Turismo Rojo). Esto es, el desarrollo turístico de decenas de rutas por lugares remotos de China donde acontecieron hechos revolucionarios, obviamente, con Mao como actor principal del reparto.

Ambicioso listón

Además del sutil barniz ideológico, el objetivo es que cientos de lugares mayormente pobres puedan beneficiarse de los flujos turísticos. El Gobierno chino ha puesto un ambicioso listón a su Turismo Rojo: que la industria genere 10.234 millones de euros y dos millones de empleos en 2010.

Gracias a ese proyecto, Shaoshan recibirá 29 millones de euros para poner al día la ciudad y levantar el nuevo Museo Mao Zedong de Reliquias Culturales, cuya primera piedra se puso el pasado miércoles. Sólo Shaoshan, cuna de Mao, recibe ya a más de dos millones de turistas al año que visitan la casa en la que vivió y el museo que lleva su nombre -el colmo de la tomadura de pelo propagandística-. También rinden pleitesía a su figura y espíritu en una céntrica y enorme estatua de bronce del dictador. Sin duda, Mao Zedong es Dios y, Shaoshan, el improvisado Lourdes del gigante asiático… paradójicamente, en uno de los países más ateos del planeta.

Mao, en el corazón de muchos chinos

Y es que, pese al pésimo legado del maoísmo, buena parte de la China rural -donde peores fueron las consecuencias de sus políticas económicas- sigue hoy adorando al Gran Timonel; no así el entorno urbano de los intelectuales, epicentro de la campaña de represión que lanzó el dictador durante la Revolución Cultural. Pero, en todo caso, hay cierta unanimidad nacional acerca del gran papel que desempeñó Mao al expulsar a las fuerzas extranjeras, unificar el país y devolver a China el orgullo perdido. Sólo eso, y la ambigüedad hoy de un Partido Comunista (PCCh) que no puede denigrarlo ni ensalzarlo sin caer en serias contradicciones, explica que Mao siga vivo en el corazón de muchos chinos.

Por ejemplo, en el de tantos turistas chinos que peregrinan hasta su estatua. La guía, micrófono en mano, vocifera consignas al grupo. Primero, es obligatorio ofrecer flores al Mao petrificado, que se compran ahí mismo a la nada despreciable cifra de 400 yuanes (40 euros) por ramo. También redacta lo que han de escribir en la banda roja: "En memoria del presidente Mao, para siempre". Luego coloca a los fieles disciplinadamente en fila india de a dos y hace que rodeen la estatua antes de encarar de frente al dictador. Entonces, bajo un respetuoso silencio del todo inaudito en China, realizan tres reverencias y rezan para pedir, al fin, un deseo, suerte o prosperidad económica.

Hasta en la sopa

"Todos sabemos que el presidente Mao fue un gran líder, el mejor líder, no sólo en China, en todo el mundo", exclama una joven, Huang Xiao Mau. Un entusiasmo así y las necesidades ideológicas del Partido Comunista Chino después de los trágicos episodios de Tiananmen de 1989, que deslegitimaron su poder tras la muerte de los estudiantes bajo el fuego de su propio Ejército, impulsaron que a principios de los años 90 Mao se convirtiera en toda una industria.

El dictador apareció, en forma de parafernalia diversa, hasta en la sopa. En 1990, la republicación del retrato oficial de Mao, el mismo que vigila Tiananmen y sale en los billetes de yuan, supuso 3,5 millones de copias vendidas en el primer año. Tres años después, las ventas habían superado los 11 millones de ejemplares.

También en los 90, una versión moderna de las canciones revolucionarias se convirtió en la sensación de los karaokes: la discográfica vendió un millón de copias durante el primer mes. Wenzhou, una ciudad productora cercana a Shanghai, se lanzó a producir estatuas, bolígrafos, mecheros, relojes y todo el merchandising imaginable.

El negocio Mao

El logotipo Mao no sólo vendía, si no que la revolución maoísta se estaba convirtiendo en una jugosa -y capitalista- fuente de ingresos para todos aquellos que decidían explotar la imagen del líder chino.

En Shaoshan, un antiguo transportista abrió en su día una artesana fábrica de estatuas del dictador. "Fabricamos 38 tipos de estatuas de distintos tamaños y materiales", explica Tian Hai Ming. Asegura haber vendido, previo pedido, "decenas de miles" a lo largo de los años, a empresas y Gobiernos locales que las colocan en los pasillos o a distribuidores para que suministren a miles de pequeñas tiendas minoristas por toda China.

Además de ser un negocio rentable y amplios márgenes, ya que su principal coste es la mano de obra, su fe maoísta le lleva a ser también coleccionista. "Esta vale 300.000 yuanes (30.000 euros)", afirma, señalando a una enorme estatua de 1969 del Gran Timonel. "El negocio va creciendo poco a poco", asegura mientras enseña las salas "rojas" de su local.

Tiendas casi vacías

Sin embargo, en las decenas de pequeñas tiendas minoristas desplegadas por Shaoshan, el negocio no es tan boyante como puede parecer a primera vista. La mayoría de los establecimientos están vacías y las dependientas duermen sobre el mostrador o juegan al maijong. "Es temporada baja. Cuando vienen los colegios y los grupos de turistas del PCCh, se vende bastante más", justifica una de ellas.

De hecho, Mao es la panacea para unos, pero no para todos. Zou, una mujer de mediana edad que posee una tienda propia allí, incluyó refrescos, petardos y cigarrillos a su oferta maoísta para ganar más. "El negocio no va demasiado bien", admite resignada mientras muestra sus productos.

Por ello, la estatua de Mao Zedong que hace unos años exponía en las estanterías de su tienda a 8.000 yuanes (unos 800 euros), la tiene en depósito y estaría dispuesta a venderla después de un regateo por 5.000, sólo 500 yuanes más que su coste. "Sólo compra la gente mayor o de mediana edad. La línea de productos es demasiado antigua porque es la misma durante más de 20 años. Hay que lanzar productos nuevos para vender", aconseja la misma tendera. Mientras, una segunda dependienta dispara y le contesta airada: "¡Mao es irremplazable!".

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