
El ecuador de la campaña británica ha generado un particular intercambio de papeles entre los dos partidos con perspectivas reales de llevar a su candidato a Downing Sreet. Con el virtual empate en las encuestas como única constante y ante la perspectiva de un nuevo Parlamento sin hegemonías, conservadores y laboristas han aprovechado la presentación de sus programas electorales para ejecutar un giro estratégico destinado a hacer de sus debilidades, virtudes.
Como consecuencia, mientras la percepción de los tories como una formación exclusiva, a favor de las clases acomodadas, ha sido abiertamente desafiada por David Cameron, quien se ha definido como el líder del "partido de los trabajadores"; el aspirante a relevarlo en el número 10 ha convertido el programa en un tratado sobre cómo el laborismo encarna la responsabilidad fiscal y la garantía de la sostenibilidad de las arcas públicas. La oposición ha aprovechado así las balas rivales para definir su proyecto y ratificar que no sólo reducirá el déficit cada año, sino que estimulará un mayor crecimiento gracias a mejores ingresos tributarios.
La permuta parece lógica tras una legislatura de austeridad que ha llevado a descartar a los conservadores como sospechosos de aversión a la tijera. La prioridad concedida en los últimos cinco años a luchar contra el déficit, junto al ambicioso objetivo del superávit a final del próximo mandato, prueban su determinación en materia fiscal.
El escollo de la deuda
El principal partido de la oposición, por contra, todavía lucha contra el escepticismo derivado de una deuda pública que se duplicó en su período final en el poder. Los sondeos confirman que siguen sin generar confianza en el manejo del erario y sugieren que un amplio sector del electorado continúa responsabilizándolos del pozo sin fondo del agujero presupuestario.
De ahí que los de Cameron creyesen haber detectado una vía para crecer en los estudios demoscópicos a partir de un viraje al centro que debería permitirles no sólo apelar a una base de votos más allá de su granero tradicional, sino evitar el trasvase de papeletas hacia los eurófobos del UKIP por parte de aquellos estratos sociales menos favorecidos que hasta ahora todavía votaban tory. Para ello, recuperaron uno de los puntales con los que Margaret Thatcher se había ganado el apoyo de este sector: el programa Derecho a Comprar, destinado para que los inquilinos de viviendas sociales puedan adquirir sus propiedades a partir de la coordinación con las asociaciones de vivienda, una organización privada sin ánimo de lucro, pero que cuenta con financiación estatal.
La medida tiene el potencial de beneficiar a 1,3 millones de personas, un contingente importante, aunque menos que el volumen de receptores del salario mínimo que disfrutarían de su inclusión en la exención de abonar el IRPF. Además, el aspirante a la reelección tampoco se olvidó de las familias y, aparte de prometer duplicar las horas gratuitas para la atención a los hijos, se aseguró de acaparar titulares con promesas en el que esperaba como uno de los grandes caballos de batalla de las elecciones: el Sistema Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés), que incrementará su financiación en 8.000 millones de libras en 2020 si Cameron continúa en Downing Street.
Propuestas en positivo
El objetivo estratégico es transmitir un mensaje más optimista en relación a una formación identificada con el tijeretazo. Que Reino Unido sea la economía occidental que más crece, o que el paro lleve meses en caída libre, no han sido suficiente para disparar las opciones conservadoras. Por ello, han decidido tirar de propuestas en positivo y, más allá de su base electoral, pese a arriesgar la credibilidad de su programa, puesto que además de no aclarar de dónde procederán los fondos -cuando el gasto público caerá más que nunca en los dos primeros años de la legislatura-, han prometido bajadas de impuestos de más de 6.000 millones.
Los laboristas, mientras, han optado por la estrategia opuesta y, frente al "caos económico" predicho por sus oponentes si Ed Miliband se llega al número 10, su apuesta programática prioriza el Compromiso de Responsabilidad Presupuestaria: ninguna política anunciada necesitará tirar de préstamo. La decisión parece privarlos, en principio, de caramelos como los ofrecidos por Cameron, pero les permite transmitir un mensaje claro al elector: un Gobierno laborista no significará un aumento de la deuda, como mantienen sus rivales, sino reducirla más pausadamente.